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El del pasaporte azul

ANDRÉS LAJOUS

 H Ace unos años, un amigo estadounidense decidió venir a vivir a la ciudad de México. Le intrigaba una ciudad que podía al mismo tiempo ser tan parecida al resto de occidente, y tan distinta a partir de la masividad de aquello que a simple vista parece tan sólo excéntrico. Una ciudad que desde afuera parece exótica, pero una vez que uno está adentro, no permite la exotización de lo que es a todas luces cotidiano.

Entre todas las cosas que le gustaban del DF, había una que le disgustaba de sobremanera, especialmente en la zona Roma Condesa, y que resumía en una cuantas frases: "A veces tengo la sensación de que hay ciertas mujeres que jamás podría conocer. Son las que o están subidas en camionetas con los vidrios arriba, o dentro de Starbuck's teniendo airadas conversaciones entre ellas sin quitarse los lentes oscuros."

Aquella reflexión, aunque incompleta (y algunos dirán injusta), dejaba ver una de las consideraciones finales de Daniel Hernández en su libro El Bajón y el Delirio: crónicas de un pocho en la ciudad de México (Océano, 2011) donde creo que describe esa sensación con todas sus letras:

"He encontrado a lo largo de los últimos tres años que mi visión del mundo está constantemente en conflicto con la estricta estratificación de clase que muchos mexicanos consideran el orden natural de las cosas. Los estratos de clase hacen que la gente tema regiones enteras de su propia ciudad, previniendoque abran su experiencia hacia otros sistemas o culturas. La estructura familiar se mantiene fuerte e insular en general en la sociedad. Los círculos son difíciles de penetrar. Estas realidades me han traído momentos de conflicto, aislamiento y duda."

La riqueza de las memorias de Hernández surge no sólo de su condición de extranjero en México, sino de mexicano en Estados Unidos. Después de crecer en California, viajó y luego se mudó al país natal de sus padres. Un país sobre el cual había oído en su casa, sobre el que veía noticias en español, sobre el que leía en libros de historia, sobre el que veía en películas, y sobre el cual, desde afuera, lo asumían integrante. Ese México abstracto sobre el que construyó parte de su identidad, pero del cual no había podido retomar lo que sólo se conoce por hábito, lo que se mama: las reglas no escritas, la historias no contadas, las rígidas estructuras sociales sobre las que se actúa pretendiendo que son invisibles.

Es con esa mirada que Hernández penetra en una variedad de fenómenos y sucesos de la ciudad: los punks y el Chopo, los seguidores de la Santa Muerte y de la Virgen, los emos, las reacciones sociales e individuales a la "inseguridad", las fiestas de los fashionistas en la Roma-Condesa. Sus descripciones no sólo suenan veraces, sino transparentes. Sus críticas son incisivas, justamente porque son las de quien conoce las condiciones del margen.

Hernández, a diferencia de otros extranjeros, no escribe sobre la ciudad como quien observa a la distancia, sino como quien está construyendo vínculos que desea e imagina significativos.

No cae en los lugares comunes de la contaminación, el desorden y el tráfico, sino que atiende los problemas de la (su) identidad. No vino a México sólo a reportar, como lo suelen hacer otros integrantes de la comunidad de periodistas o artistas expatriados, sino a mexicanizarse, a darse hábitos, a mamar la identidad que en parte se ha construido desde lejos.

Por ejemplo, después de reflexionar sobre los cultos a la Virgen de Guadalupe, a la Santa Muerte y a San Judas Tadeo, Hernández decide encomendarse al último, primero por lealtad de barrio, después porque es un punto medio entre la Santa Muerte, que requiere la "resignación frente a la totalidad de la muerte", y la Virgen de Guadalupe que requiere la "resignación a la totalidad de la Iglesia".

Tras leer el libro se nota cómo el autor cumple su objetivo personal. Al fin y al cabo, el libro permite dejar atrás las peores reflexiones de Octavio Paz sobre la identidad mexicana, al leer las memorias de un joven mexicano de clase media que viene a hacer su vida a la gran ciudad, y que por azar nació donde dan pasaportes azules en vez de verdes.

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