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El desprendimiento

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

En recuerdo de Don Luis López

Duele y duele mucho. Por que nadie nos ha enseñado a desprendernos de las personas sin dolor.

Por que todo lo hacemos nuestro y creemos que durará para siempre, pero no hay nada más efímero que esta vida.

Cuando escucho que alguien sufre por la partida de un ser querido, me vuelven a doler mis ausencias.

Y por más palabras de consuelo que pueda escuchar, el vacío que han dejado esos seres queridos no se colma con nada.

Sé que malamente somos un pueblo carroñero. Que deberíamos dejar a nuestros muertos expuestos al aire y al sol, en un intento para ver si reviven.

Las tumbas son sólo eso: Tumbas. Son receptáculos habitados por despojos.

O como dice una vieja canción de los indios Navajos: "No me llores al pie de mi tumba...No estoy ahí, no he muerto".

Y nuestros seres queridos no están en efecto ahí. Habitan en otro lugar verdaderamente hermoso; lleno de paz y tranquilidad.

Despojados de todo sufrimiento y exigencia corporal. Pero aún en etapas terminales, uno se aferra a ellos y quisiera que siguieran aquí con nosotros.

Es parte de ese egoísmo del que no es fácil desprenderse.

Es parte también de esta visión en la que somos creados del tener y no del ser.

Y lo peor del caso es que es un dolor, el que sentimos, que seguimos arrastrando por años. No importa cuántos pasen, nosotros seguimos llorando y extrañando a nuestros muertos.

Cada partida dolorosa, es un jirón del alma que se queda prendada en el recuerdo. Y así, poco a poco, se nos va secando el corazón.

Recordamos los años felices cuando ellos estaban vivos. De la música que les gustaba escuchar. Y oímos una canción de ésas y el recuerdo nos remueve los sentimientos. Olemos un platillo que era de su agrado y retorna la nostalgia.

Deberíamos despedirlos siempre con música y no con llantos. Ellos se van felices, liberados y nosotros nos quedamos aquí sufriendo batallando con el tiempo y las enfermedades.

No sé por qué, siempre vuelvo a Sabines. Y Jaime dice en uno de sus escritos:

"Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué enterrarlos?, ¿por qué no sólo dejarlos fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte?; ¿O por qué no quemarlos, a darlos a los animales, o tirarlos a un río?".

Algunas de esas prácticas eran de los indígenas y de los indios. Por eso los ríos de la India están llenos de cuerpos y a veces flotan como queriendo revivir.

Cuando la muerte nos pasa de cerca, rozando nuestros hombros, sentimos un frío helado. El corazón se detiene y la sangre deja de fluir. Pero es sólo dolor, siempre el dolor.

Sin embargo la vida sigue; y hay personas que la llenan de felicidad, no son ellos, son otros, pero igual nos proporcionan felicidad.

Y en nuestro entorno, hay una y mil cosas que nos recuerdan la vida y sus deleites. Un beso cálido; el aroma de las flores; una noche estrellada; el vaivén de las olas del mar; el canto de los pájaros o el saludo cariñoso de un perro fiel.

Las risas de los niños; su ingenuidad y candor. Ese mundo de travesuras en el que viven. Su afán por vivir el presente, sin preocuparse por el futuro.

Son muchas las cosas que nos aferran a esta Tierra. Muchas las que nos hacen sentir vivos. Muchos los momentos de felicidad, como tiernas caricias de la vida.

Duele el desprendimiento; y duele seguir también viviendo. Pero no hay opción: Tenemos que seguir.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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