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El dilema

JULIO FAESLER

No podemos seguir evitando el dilema real que México se enfrenta en materia de narcotráfico.

Era natural que la lucha que se libra contra las mafias de narcotraficantes y las bandas de asesinos, ladrones y secuestradores provocara la reacción por parte de los criminales. No hay que rendirse sólo por temor a éstos. Ningún mexicano que tenga pudor puede sumirse en mansa aceptación ante los grupos que le declararon la guerra a la sociedad. Cada quien su tarea.

En la situación que confronta a la sociedad mexicana el Estado es el garante de la paz social. Para ello el gobierno en todos sus niveles es el que tiene la responsabilidad y el indeclinable mandato por lo que tiene que lanzar todas las fuerzas a su disposición contra los grupos que están destruyendo el tejido social.

No es la primera vez que se alza el clamor que exige paz en las calles, tranquilidad en las casas y seguridad en las fábricas. El Presidente está consciente de que entre los mexicanos hay "desánimo e, incluso, temor por la agresión de los criminales".

Pero están equivocados los que culpan a las actuales autoridades de ser el origen y causante del mal. Hace varias semanas, tras la cruel matanza de los jóvenes en Morelos el reclamo vehemente fue a las mafias para que dejaran de asesinar y sembrar desgracias.

Calderón deja esto bien claro en sus palabras ante el Tercer Foro sobre Seguridad y Justicia convocado por las organizaciones cívicas y que se inauguró el pasado miércoles. En respuesta a las marchas que se han convocado esta semana gritando "no más sangre", Calderón declara: "A nadie nos gusta la violencia. Para acabar con ella tenemos que combatir sus causas y a quienes la provocan".

"Ningún gobierno debe hacerse de la vista gorda" dijo el Presidente y continuó su condena, "...eso fue, precisamente lo que nos llevó a la situación que hoy vivimos. No es opción retirarse de la lucha, al contrario, hay que redoblar el esfuerzo porque si dejamos de luchar, ellos van a secuestrar, a extorsionar y matar por todo el país. Porque dar marcha atrás significa empeorar las cosas. Si nos retiramos vamos a dejar que gavillas de criminales anden impunemente en todas las calles del país, agrediendo a la gente sin que nadie los detenga".

Lo anterior fue alusión directa, sin ambages, a las autoridades de todo nivel, federales, estatales y municipales que, como es sabido por todos, dejaron correr los tiempos por incuria, cobardías o colusión.

No son las fuerzas del orden, el ejército o la armada las culpables de la violencia que padecemos. Los culpables son los criminales. Es un despropósito que sólo favorece a las mafias el acusar de violencia a las autoridades que salen a su encuentro para reprimir, aprehender y decomisar drogas o billetes y congelar cuentas bancarias.

La solidaridad de la comunidad en este combate es indispensable. La lucha no puede suspenderse salvo que la propia sociedad decida resignarse a una paz que deja al capricho de las mafias y bandas el patrimonio y, lo que más importa, la salud física y mental de la población mediante el fácil recurso de deponer las armas de la ley y dejar que sean los criminales los que dicten las condiciones en las que hemos de vivir.

Aquí se centra el dramático dilema de escoger entre continuar una guerra que paso a paso, aprehensión tras aprehensión, confiscación tras confiscación, va acotando un fenómeno que es por ahora incuestionablemente un asunto de Seguridad Nacional para reducirlo a eventos de nivel policial. Soltar los amarres y reintegrar a las fuerzas armadas a sus cuarteles es regresar a un pasado cuando se disimulaban las cosas y el tráfico de drogas y el secuestro de personas se deslizaban por las innumerables veredas entretejidas en la corrupción en todos los niveles del gobierno sin excepción.

El camino fácil es al que nos invitan los que en su momento esquivaron el problema dejando que el cáncer se expandiera a las dimensiones monstruosas de la actualidad.

Calderón dijo que es posible cambiar esa situación y que eso implica "sacudirnos inercias y enfrentar, con decisión, este problema". No es cuestión, pues, que el Presidente pida perdón por las muertes que esta guerra ha tenido que significar. Quienes en realidad deben de pedir perdón son todas las autoridades federales y locales, verdaderos culpables de la situación que con tanta dificultad queremos todos remediar.

El dilema es pues inevitable: una sociedad que cuida a cualquier precio su dignidad y la salud física y moral de sus hijos, o una comunidad que no emprende con valentía y solidaridad su lucha contra los que la atacan.

Juliofelipefaesler@yahoo.com

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