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EL DIVÁN

Lic. José Antonio Miranda Hernández

Los dones y el temor a ejercerlos

Hace algunos días platicaba con mi padre sobre su pasión a la iglesia y su expectativa de asistir a unas clases de estudio de la biblia que se abriría próximamente, dentro de la conversación me hablaba de un evangelio leído el domingo anterior que trataba sobre los dones. Esto venía a colación porque el tema versaba alrededor de la administración, que si fulanito, era mal administrador y que si menganito era muy bueno. Obviamente no será nuestra pretensión analizar los contenidos del evangelio, primero porque no es nuestra área y la verdad la segunda y más importante, pretender hacer eso sería casi como encontrar el hilo negro de la historia de la humanidad, máxime que los caminos para encontrar a Dios parecen ser muy diversos y no únicos como muchos quisieran o les convendría ver.

Bueno el caso es que esta "lección" habla de la administración en el sentido práctico y psicológico, que es del tema que quisiera tratar, argumentando que cuando a uno se le dan ciertos dones, llámele usted habilidades deberá ser capaz de en primer lugar identificarlos, y en segundo lugar aplicarlos en beneficio de uno mismo así como a los demás.

¿Qué pasa cuando no nos damos cuenta de nuestros dones? Pues aunque usted no lo crea pasa más de una ocasión. Veamos un ejemplo claro para tratar de explicarlo: el joven que decide ser abogado debido a que su padre y abuelo tienen una notaría, que al parecer le asegurara el futuro financiero para él y sus posteriores generaciones. ¿Tendrá la habilidad el joven prospecto de negociar, convencer y argumentar como todo un buen abogado? ¿O todo lo anterior lo tendrá por ser nieto o hijo de quien es? La verdad sería muy difícil lo segundo y desafortunadamente en no muchas de las ocasiones el joven se dará cuenta de sus capacidades quizá no tengan que ver en nada con el ejercicio de su profesión.

Hablemos de un ejemplo más emotivo si lo podemos llamar así, la joven que se considera en su casa como enferma, e incapaz de superar un estado depresivo, que pasa la mayor parte del tiempo triste y meditabunda y dice ante cualquier situación lo que siente, sin embargo en su hogar es considerada como la débil por externar sus sentimientos ya que en esta familia prefieren ocultarlos y "hacerse los fuertes" porque las exigencias de la vida así lo ameritan, devaluado el don de la expresión y la congruencia con las emociones de parte de la hija.

Peor aún es el caso del padre de familia que tiene como don el liderazgo, el carisma y el don de mando, que no utiliza más que para agradar mujeres jovencitas, olvidando ser ejemplo para sus hijos y esposa, a quienes sólo les muestra el lado duro del aprendizaje guardándose sólo para sus beneficios los dones otorgados.

Desde luego esto no pretende ser una lección de catecismo, que por cierto es un mito infantil, que el sacerdote en la religión católica te preguntara las más de 100 preguntas, cuando en realidad sólo te confiesa. Lo que sí pretende es tratar de hacernos pensar en cuáles son nuestras verdaderas habilidades, y saber si las conocemos y si las deseamos aplicar y sobre todo en beneficio de qué.

En este mundo tan convulsionado en el que vivimos no nos caería mal respetar, admirar e incluso fomentar el desarrollo de habilidades que el país requiere y más allá de nuestra diferencia entre si uno es líder otro es adaptable o incluso aquel que puede ser conciliador y negociador valorarlo y respetarlo para que cada quien sea cada vez mejor persona y devenga en una sociedad más justa y equitativa.

No vaya a creer mi estimado lector que es un discurso con intención de tener un huesillo para las próximas alcaldías, no para nada, sólo se pretende algo que parece sencillo: "Conocerse y quererse con nuestros defectos y habilidades".

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