El pasado 12 de agosto se cumplieron 29 años del fallecimiento del que, a mi punto de vista, ha sido el mejor boxeador mexicano de la historia como fue Salvador Sánchez Narváez, quien desafortunadamente en el año de 1982 perdiera la vida en un accidente automovilístico cuando se encontraba en la cumbre de su fascinante carrera.
Poseedor de una técnica depurada, el originario de Santiago Tianguistenco, en el Estado de México, saltó a la fama cuando derrotó por la vía del nocaut en 13 emocionantes episodios a Danny "El Coloradito" López el 2 de febrero de 1980 en Phoenix, arrebatándole el cinturón Universal de peso pluma del Consejo Mundial del Boxeo y en donde nadie daba un cacahuate por el mexicano.
En un lapso de siete años como profesional, "Sal" Sánchez, como era conocido, almacenó una marca de 44-1-1 con nueve defensas de su corona, de las cuales una de ellas fue de revancha con el mismo piel roja, a quien volvió a vencer ahora en 14 asaltos en Las Vegas, demostrando, claramente, que era un peleador completo al cual no le faltaba ni le sobraba nada.
Pero parece que el destino del pugilismo le tenía reservado un sitio excepcional al mexiquense porque cuando ya había conservado en seis ocasiones su corona, se le presentó la prueba más significativa de su reluciente trayectoria como boxeador al enfrentarse al que en ese entonces era el campeón mundial de la división inferior, a saber peso supergallo, Wilfredo Gómez, quien se había caracterizado por derrotar a peleadores mexicanos y que, como en aquella pelea con Carlos Zárate el 28 de octubre de 1978, cuando "El Cañas" era campeón gallo, golpeaba a los púgiles aztecas cuando éstos ya estaban en la lona con la complacencia de los réferis.
Desde que se firmó la esperada pelea entre Salvador Sánchez y Wilfredo Gómez, el puertorriqueño, fiel a su costumbre, empezó con su juego de palabras jurando a todo mundo que sería el nuevo campeón pluma y que le daría una paliza al mexicano, apoderándose del fajín universal, ya que se sentía el propietario del universo debido a que contaba con 21 años y dos razones muy poderosas en sus guantes que en conjetura lo respaldaban.
Y por fin llegó la noche del 21 de agosto de 1981 en el Caesars Palace de Las Vegas con el filipino Carlos Padilla como tercero de la superficie, y apenas sonó la campana, el mexicano se lanzó sobre el "Niño consentido de Las Monjas" conocido así debido a ser oriundo de Las Monjas, Puerto Rico, derribándolo en el mismo primer asalto y aunque Salvador Sánchez pudo haber liquidado la pelea en ese round, el recuerdo de las burlas y las golpizas del boricua a los peleadores aztecas, hizo que el mexiquense siguiera castigándolo hasta el octavo round en que, irónicamente, era el episodio en que el de La Isla del Encanto auguraba que se terminaría la contienda.
Posteriormente lograría tres exitosas defensas de su corona hasta que se llegó esa trágica noche en donde sólo la muerte pudo derrotar a este inolvidable boxeador mexicano que incuestionablemente es el espejo que deberían seguir los jóvenes que empiezan a incorporarse en este apasionante deporte.
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