L A Primavera árabe se convirtió en el Invierno de los dictadores. Primero cayó Moubarak en Egipto, le siguió Ben Alí en Túnez. Ayer, "como rata", según celebraron sus captores, sacaron al León Libio, Muamar Gadafi de las cloacas donde se escondía, y como rata lo mataron, en una acto no menos cruel que los que él realizó a lo largo de 42 años de implacable dictadura. Otros tres dictadores, Al Assad en Siria, Bouteflika en Argelia y Abdullah Saleh ponen sus barbas a remojar en este otoño de las dictaduras árabes.
Con todo, derrocar a los dictadores es la parte fácil del trabajo. Han sido meses de manifestaciones masivas, luchas de poder y de guerras civiles, algunas verdaderamente crueles, para desmantelar los regímenes autoritarios de la región. Pero lo que sigue, la reconstrucción política de estas naciones es lo verdaderamente difícil; lo que viene todo cuesta arriba.
Construir una democracia es una proceso largo y tortuoso. Por muchos años los mexicanos pensamos que la democracia era una organizar elecciones. Hicimos un Instituto Federal Electoral (IFE) calidad de exportación y una andamiaje legal a prueba de nosotros mismos. Los cimientos de nuestra democracia eran realmente los mejores, pero antes de construir el primer piso ya le dimos en la torre a los cimientos, comenzamos a fracturarlos manoseando la legislación, cambiando el diseño estructural, abriendo nuevas puertas y ventanas que, buenas o malas, no corresponden a los cimientos. Si alguien sabe, pues, la dificultad de construir una democracia en una país sin cultura democrática, que nos cuenten entre ellos.
Los países árabes tienen aún menos cultura democrática que la nuestra. Tanto en el norte de África y medio Oriente como en América Latina la democracia nos vino por contagio. Nos somos productores de pensamiento y teoría de la democracia; no tenemos las prácticas democráticas incorporadas en el habitus. Las transiciones a la democracia de los años ochenta y noventa en América Latina no fueron todas igual de exitosas. Las elecciones libres no resolvieron (porque no es un asunto electoral) los problemas de desigualdad, discriminación, corrupción y abuso de poder arraigados hasta los huesos en nuestra cultura y las tentaciones autoritarias reaparecieron en el continente antes de que la democracia terminara de nacer.
A los países de la Primavera árabe y el Invierno de los dictadores les queda un largo trecho por recorrer. Construir democracias sin demócratas es como hacer pan sin harina. Es un tema generacional y de largo plazo. Usando una metáfora de ellos mismos, tras la liberación comienza para mundo árabe un largo éxodo hacia la tierra prometida, la construcción de modernas tablas de la ley y la eterna espera del mesías siempre por venir, porque el rasgo esencial de las democracias sin demócratas es el mesianismo: la espera de aquel que resuelva desde el poder aquello que no podemos resolver desde la ciudadanía.