Un Estado sin participación de la sociedad es un Estado débil. Un gobierno sin exigencia ciudadana tenderá siempre a ser ineficiente. La grave crisis de seguridad que vive el país, en general, y la Comarca Lagunera, en particular, sólo puede entenderse por la fragilidad de sus instituciones públicas y la ausencia de estrategias efectivas por parte de los gobernantes. La negligencia, la mezquindad y la corrupción de la llamada clase política nacional y regional se han convertido en los principales obstáculos para encontrar soluciones de fondo a un problema que tiene múltiples factores y aristas. Por eso, hoy más que nunca, la participación de los ciudadanos es de vital importancia para encontrar el rumbo de un país que se hunde en la desesperanza y la descomposición.
Ayer, cientos de laguneros salieron a las calles a manifestarse por una paz con justicia y dignidad. Vestidos de blanco, con banderas, pancartas, volantes, algunos con cubrebocas con leyendas contra la violencia, ciudadanos de distintos estratos sociales marcharon de la Alameda Zaragoza a la Plaza de Armas para unirse en un solo silencio, en un solo grito ahogado. Macharon en respuesta al llamado que hizo el poeta y periodista Javier Sicilia y para exigir que regrese a la región la tranquilidad que nos ha robado la delincuencia. Más allá del número de participantes, el acto se convirtió en un símbolo.
En el contingente iban hombres y mujeres, adultos y adolescentes preocupados por la situación de violencia que padece la comarca desde hace un lustro. Madres de jóvenes desaparecidos, familiares de personas asesinadas, gente que ha perdido un hijo, un hermano, un padre, un amigo, y ciudadanos solidarios que han decidido actuar para evitar que esta gran ola de inseguridad termine por arrastrarnos a todos, caminaron hombro a hombro con un objetivo común: que se acabe la violencia en la región.
En la calle Cepeda, frente al Museo Arocena, el silencio se rompió. Hablaron laguneros de distintas ciudades. "¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!". "¡Estamos hasta la madre!". "¡Ya basta!". "¡Paz con justicia y dignidad!", fueron los llamados recurrentes durante las intervenciones. Las diferencias de género, condición económica e ideología fueron hechas a un lado, junto al miedo y la apatía, para compartir una misma preocupación, un mismo sentimiento: no queremos perder a nuestra región, queremos vivir tranquilos.
Los casos de secuestro, homicidios y masacres en bares estuvieron presentes. "No nos olvidemos de las víctimas", dijo una voz. Al igual que en el Distrito Federal, la demanda de justicia fue para todos los gobiernos. Porque se parte de una realidad irrefutable: todos los políticos, los funcionarios, los legisladores, del color que sean, le han fallado a la sociedad.
Para muchos, es ingenuo pensar que este tipo de marchas, por sí mismas resuelven el problema. Y tienen razón. La solidaridad y la organización de la ciudadanía, son apenas el principio. Las manifestaciones no son puerto de llegada, sino punto de partida. El logro no está en llevarlas a cabo y participar en ellas, sino en lo que pueda surgir de las mismas. La protesta sin consecuencia a poco o nada conduce. He aquí el principal reto de toda manifestación ciudadana. Trascender, lograr objetivos más altos y complejos -en este caso, la seguridad-, debe ser la meta.
Pero para conseguir dichos objetivos, buen inicio es la manifestación pública de la inconformidad. En ella uno puede darse cuenta de que no está solo. De que hay otros, desconocidos y diferentes, que comparten los mismos intereses. De que es más lo que nos une, que lo que nos divide. De que es mejor salir a la calle que quedarse en casa a rumiar el descontento. Es una oportunidad de romper la apatía, de plantarle cara al miedo y a la indiferencia y de reconocerse en la mirada del otro. Pero no puede quedarse ahí. Hoy más que nunca, la exigencia y la participación ciudadanas son vitales para sacar adelante al país y a la región.
LA HISTORIA SE REPITE
¿Cuántas muertes se necesitan para que las autoridades se decidan a actuar para mejorar las condiciones laborales de los mineros en la Región Carbonífera de Coahuila? La incapacidad de los gobiernos para brindar seguridad a los ciudadanos, encuentra su réplica en la explotación minera en el norte centro del estado y en otras partes del país. En las minas, diariamente miles de mexicanos cavan, literalmente, su tumba con su propio esfuerzo. Y, misteriosamente, nunca hay responsables.
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