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EL HORIZONTE LÚGUBRE

SALVADOR KALIFA

El verano ha estado lleno de emociones en los mercados financieros. Somos testigos de una fuerte volatilidad y de caídas y alzas espectaculares en los precios de las acciones, de acuerdo a las noticias económicas del día.

La discusión sobre el tope del presupuesto en Estados Unidos (EU), la pérdida de vigor del crecimiento estadounidense, los problemas de deuda soberana de Grecia, los rumores respecto a la deuda de Italia, y las dudas sobre la salud de los bancos de Francia son algunos de los factores que propiciaron esa evolución.

El otoño y el invierno no parece que serán muy distintos al verano, como tampoco lo será el año próximo. Existen suficientes problemas económicos sin resolver que pueden ocasionar, en cualquier momento, nuevos sobresaltos en los mercados financieros.

La complicación de esos problemas es tal que me atrevo a decir que la recuperación económica durante el resto de esta década será relativamente lenta, sin descartar la posibilidad de, por lo menos, otra recesión en ese lapso.

En el corto plazo los banqueros centrales tratarán de evitar que la economía global caiga otra vez en recesión en el futuro próximo, pero aún ellos no son capaces de sacar crecimiento de la nada. Menos si ya han agotado, para todo fin práctico, el uso de sus herramientas monetarias ortodoxas y heterodoxas.

La realidad es que nos encontramos ante el poco atractivo horizonte de que, en el mejor de los casos, habrá un largo período de bajo crecimiento económico, que en cualquier momento bien pudiera desembocar en otra recesión.

Hoy estamos transitando tan cerca del precipicio recesivo, que algún evento que salga mal en EU o en Europa pudiera propiciar la caída, cuya gravedad dependería en mucho del factor que la provocó.

En dicho contexto, el 2012 será un año crucial, cuando se definirá si la economía estadounidense puede evitar la recesión, así como si la eurozona escapa o pospone otra vez el fantasma de la cesación de pagos de sus países débiles.

En principio, otra recesión en EU no debiera ser tan negativa para su economía y para la mexicana como lo fue la primera, puesto que como sucede con los sismos, las réplicas son menos severas que el terremoto original.

Las empresas, los bancos y las familias en ambos lados de la frontera están mejor posicionados para resistir los estragos de otra recesión. Habría, eso sí, una caída en el Producto Interno Bruto de EU y de México, pero en ambos casos sería menos profundo que el ocurrido en 2009.

La mala noticia sería que no podríamos aspirar a una salida pronta de esa nueva recesión, como sucedió con la anterior, porque el gobierno de EU agotó muchas de sus herramientas económicas para luchar contra la Gran Recesión.

Hoy casi no tiene margen de maniobra en el terreno fiscal, mientras que la improvisación de medidas monetarias ha probado ser poco efectiva y corre el riesgo de desencadenar presiones inflacionarias en el futuro.

El regreso al crecimiento en EU sería, por tanto, muy lento, con varios años malos o mediocres, por debajo del promedio histórico e insuficiente para llevar su nivel de desocupación por debajo del 6 por ciento antes del final de esta década.

Estos escenarios colocan a nuestro país en una situación muy incómoda, porque somos un apéndice de la economía estadounidense y carecemos de una política macroeconómica que pueda romper ese vínculo.

En el mejor de los casos EU escapa de la recesión pero crecerá poco, lo que se traduciría en un crecimiento en México de entre 1.5 y 3.0 por ciento por varios años, ritmo incapaz de generar las oportunidades de trabajo que se necesitan en nuestro país.

Pero si la economía estadounidense no puede escapar de la recesión, nos arrastrará con ella, lo que pudiera reflejarse en un estancamiento de nuestra economía y hasta en una caída del Producto Interno Bruto durante la segunda mitad del año próximo y en 2013, con el consiguiente aumento en la desocupación.

El peligro más grave para la economía global y la nuestra, sin embargo, sería la cesación de pagos de Grecia o algún otro país de la eurozona, porque ello arrastraría a otros países con problemas de liquidez, dañaría a la banca europea, trastornaría los mercados financieros globales, y llevaría al mundo a otra recesión, de la que sería bastante más complicado y penoso salir.

No extraña, por tanto, que los gobiernos europeos intenten por los medios políticamente viables de evitar un desenlace de esa naturaleza, puesto que no existen antecedentes de los daños que ocasionaría ni de cómo superarlo.

En síntesis, el panorama económico luce lo suficientemente incierto y accidentado como para concluir que los mercados bursátiles y financieros seguirán muy volátiles en los próximos meses, con muy poca probabilidad de recuperar la tendencia alcista que los inversionistas desean.

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