Me gusta reunirme con mis amigos, porque sus ideas me enriquecen. Siempre que puedo, como fue el caso de ayer, me reúno con algunos de ellos, para platicar sobre los acontecimientos de la semana e intercambiar experiencias.
Todos son hombres sabios y curtidos en los quehaceres de sus negocios o profesiones. En esta ocasión, como en muchas otras, mi amigo Íñigo que suele traer siempre unas tarjetitas para escribir cuanta cosa se le ocurre o ve por esos caminos, me regaló una frase que sirve de punto de partida para estas reflexiones.
"El juego se llama: Compartir y dura toda la vida".
Nos enfrascamos entonces, en una serie de vivencias y comentarios, junto a otro buen amigo y mi casi patrón, Jesús, porque es quien me dará chamba cuando compre su viñedo en España.
¿Qué es la vida, de qué vale si no la sabemos compartir? La conclusión es obvia: no nos sirve de nada.
El dinero, producto de un legítimo trabajo, es nada si no podemos tomarnos una tarde para comer y comentar lo que pensamos sobre la vida en esta Tierra.
Las penas se vuelven inmensas, imposibles de cargar, si no las compartimos con los seres queridos y nos ayudan a sobrellevarlas.
Y para los que llevamos un buen número de años en esta vida, las alegrías y las penas que podemos compartir son muchas.
Nos ha tocado vivir, lo mismo el matrimonio de los amigos, que el nacimiento de los hijos y aún de los nietos.
Pero también las pérdidas de algunos seres queridos. Mis amigos son personas generosas, que lo mismo comparten sus haberes con aquellos a los que conocen, que tienden la mano a un desconocido.
Saben que la ruleta de la vida da muchas vueltas y en una de ésas, somos nosotros los que podemos necesitar de otros.
Estemos pues siempre dispuestos a dar, para que cuando sea, si es el caso, el tiempo de pedir, tengamos cara con que hacerlo.
Por que uno va recogiendo lo que sembró. Y si somos capaces de compartir, algo de lo que tenemos, podremos recoger frutos generosos.
Mis amigos me enseñan muchas cosas. El sentido de la solidaridad está presente en muchos de sus actos. Por ello, admiro a personas como Jesús, porque siempre está presto a tender la mano para ayudar a quien lo necesita.
Y quiero enfatizar que no siempre es con dinero. Pues mis amigos son gente de palabra, de honor. Una cualidad por lo común aprendida de sus padres, que llegaron a estas tierras buscando nuevas oportunidades de vida. Y no descansaron hasta reposar en ella definitivamente.
Son aquellas cualidades que se han ido perdiendo en nuestra sociedad, pero que ellos conservan y practican, porque de esa forma fueron formados y así honran la memoria de sus padres.
Hay quienes se sienten orgullosos de pasar por la vida fastidiando al prójimo; y hasta llegan a ser llamados "señores", cuando lo que hacen es robar y traficar con los bienes de otros.
Bien me decía mi abuela: "Ay hijo, me temo que llagará un tiempo en que a la honradez se le llamará estupidez"; y creo que ese tiempo ya llegó.
Hay entre nosotros hombres poderosos, económicamente hablando, que son tratados con el título de "don", cuando todos sabemos que sus fortunas no son bien habidas. Hombres que no saben compartir, sólo acumular. Y para quienes la solidaridad es si acaso, un programa de gobierno.
Todos debemos recordar que este "juego se llama: Compartir y dura toda la vida".
Si no sabemos compartir, no sabremos vivir. Y si no sabemos vivir habremos venido a esta vida inútilmente.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".