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El lugar de Dios

JUAN VILLORO

Alejandro Jodorowsky ha tenido diversas formas de ejercer de gurú. Una de ellas ha consistido en influir en las vocaciones y los gustos de los otros. Convenció a Dennis Hopper de que dejara la dirección de cine para concentrarse en la actuación y a Roberto Bolaño de que pasara de la estética de Pablo Neruda a la de Nicanor Parra.

Los poetas tienen no sólo distintas formas de organizar las palabras sino el espacio. Podemos pensar en una casa barroca, llena de bibelots y restos de naufragios, al estilo Neruda, y una casa de materiales pulcros y esenciales donde lo único salvaje es el jardín, al estilo Parra.

La arquitectura chilena parece seguir el segundo paradigma. Blanca montaña, excepcional libro coordinado por Miquel Adriá, sugiere esto. El arquitecto catalán que desde hace años reflexiona en la prensa mexicana y en la revista Arquine ha seleccionado los inmuebles más imaginativos de la arquitectura chilena reciente. Hay pocas muestras de obras públicas, casi todas son casas u hoteles, y en ellas predomina la reinvención de una forma elemental: el cubo (la selección incluye una ingeniosa casa container diseñada por Sebastián Irarrazával, y el Salón Bicentenario, creado por A + F Arquitectos, caja transparente situada en medio de la Biblioteca Nacional, metáfora de una nueva lectura de la historia).

Como en la arquitectura finlandesa, predomina el uso de la madera, versión domesticada del bosque que rodea la casa.

Normalmente vemos edificios con descuido; consideramos el espacio como zona de tránsito o reunión: queremos llegar a otro lugar o ya estamos ahí. Rara vez buscamos perspectivas para entender el sitio donde nos hallamos. La arquitectura es una forma de la quietud que se contempla en movimiento. Los libros sobre el tema brindan una insólita distancia para ver las obras, pero sobre todo agregan tiempo: permiten el privilegio de la lentitud; miramos sin caminar de un cuarto a otro.

Montaña blanca plantea temas de estética, pero también de antropología diaria, y permite conocer la forma en que el espacio cristaliza en un país goloso, máximo consumidor de helados y chocolates. Chile también tiene el mayor crecimiento en Facebook de América Latina. ¿Hay un correlato entre la falta de arquitectura pública y la sociabilidad virtual? ¿La ausencia de plazas estimula encuentros en los patios de internet? Lo cierto es que Montaña blanca tiene como hilo conductor la vivienda, desde algunos proyectos de autoconstrucción, como la célebre Quinta Monroy, de Alejandro Aravena, hasta los búngalos minimales de Matías Klotz que se incorporan al paisaje como una prueba de que la naturaleza puede ser geométrica.

Pablo Allard comenta en uno de los ensayos de Montaña blanca que en el sismo de 2010 no falló la arquitectura sino la planeación (por cierto que una de las obras más sugerentes incluidas en el libro, la Hospedería del Errante, de Manuel Casanueva, semeja un edificio en estado de terremoto). Con todo, la falta de planeación es relativa. Las urbes chilenas crecen con racionalidad. Santiago tiene hoy seis y medio millones de habitantes y llegará al año 2030 con 8 millones, multitud tranquilizadora.

Para Neruda, al que tanto le gustaba disfrazarse, una casa siempre es otra cosa: un buque, un barco, un escenario de fantasmas. En una crónica -perfectamente ficticia- sobre la mansión del poeta Ramón López Velarde, imaginó estatuas que se suicidaban en la piscina. Aunque en sus Odas elementales, celebró al hilo y al tomate, necesitaba vivir en casas teatrales y exuberantes.

En cambio, para Parra, antipoeta y matemático amigo de las restas, un hogar es la decantación de una casa. Este esencialismo funciona mejor rodeado de violencia natural: un jardín revuelto. Esto recuerda la impresión que Louis Kahn recibió al visitar la casa de Luis Barragán en la Ciudad de México. La austera elegancia de los muros contrastaba con el estimulante desorden del jardín.

La arquitectura chilena reciente parece seguir ese paradigma: formas puras ante un paisaje desaforado. "Quien no conoce el bosque chileno no conoce este planeta", escribió Neruda. Lo mismo puede decirse de los glaciares, el mar convulso y la emblemática cordillera.

Ante una naturaleza extrema, los arquitectos chilenos han imaginado refugios que operan en dos escalas. Por dentro, rehúyen el gigantismo, y se ajustan a la dimensión humana. Por fuera, dialogan con un paisaje desmedido.

Desde su título, Montaña blanca alude a la naturaleza, y la portada ofrece la sencilla perfección de una escalera entre las rocas, poesía en piedra de Teresa Mullor.

Louis Kahn admiraba un cuento de Mevlana Jalaluddin Rumi, poeta persa del siglo XIII, sobre una sacerdotisa que recorre el campo en primavera hasta llegar al umbral de su casa. Ahí, un sirviente le señala el paisaje y elogia los portentos de Dios. La sacerdotisa prefiere ver hacia dentro: "Sí", responde: "Dios creó esas maravillas, pero vive dentro de la casa".

La historia da una idea de los templos seculares reunidos en Montaña blanca.

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