"No culpes al mensajero."
Popular
Paul Krugman, el economista de izquierda ganador del Premio Nobel y columnista estrella del New York Times, expresó ayer la opinión de muchos especialistas y, sobre todo, funcionarios públicos estadounidenses al señalar que Standard & Poor's "es el último lugar al que uno podría recurrir para un juicio acerca de las perspectivas" de Estados Unidos".
El hecho de que esta empresa y las otras dos calificadoras importantes, Moody's y Fitch, cometieron errores gravísimos en sus evaluaciones de las hipotecas subprime en los años anteriores a la crisis de 2008, las despojaría, según Krugman, de cualquier credibilidad al emitir una calificación crítica de Estados Unidos en los tiempos de Barack Obama.
Ya desde Washington se habían expresado este fin de semana numerosas opiniones similares. Se acusó a Standard & Poor's de hacer mal sus cuentas o incluso de actuar con mala fe al bajar la evaluación de Estados Unidos. El propio presidente Obama declaró que, al margen de lo que digan las agencias, "Estados Unidos siempre será un país AAA".
Quizá. Pero a pesar de los esfuerzos por descalificar a la calificadora, ayer se desplomaron los mercados bursátiles y financieros no sólo de Estados Unidos sino del mundo. Y es que, independientemente de sus pecados del pasado, las observaciones que ha hecho S&P sobre la política y la economía de los Estados Unidos son consideradas como ciertas por millones de inversionistas en el mundo.
El reciente debate sobre el techo de deuda del gobierno estadounidense reveló las dificultades que tienen los republicanos y demócratas en Washington para llegar a acuerdos políticos. La simple elevación de la deuda, por otra parte, no resuelve los problemas de un gobierno que contrata deuda para cubrir el 43 por ciento de su gasto público (en el actual año fiscal, el cual concluye el 30 de septiembre de 2011, Washington tiene programado gastar 3.82 billones de dólares con ingresos de sólo 2.17 billones).
Los inversionistas tienen razón en preocuparse. Poco importan las evaluaciones de las calificadoras. Lo relevante es que nadie ha visto una propuesta razonable que permita suponer que en un tiempo determinado el erario estadounidense dejará de sangrar como ahora. Si de las negociaciones entre republicanos y demócratas hubiese surgido una acción realista que permitiera prever, por lo menos en un mediano plazo, una disminución de este déficit, nadie se habría inquietado. Después de todo, Washington tiene una gran capacidad para endeudarse en dólares porque tiene la "maquinita" para imprimirlos (la mayor parte de los dólares de hoy, por supuesto, son electrónicos, por lo que la metáfora ya no es tan apta como antes).
Fue la falta de una opción razonable, que por reducciones del gasto o aumentos en los impuestos permitiera un retorno a un equilibrio presupuestario o cuando menos a un déficit moderado, lo que llevó a la reducción de la calificación de la deuda estadounidense. Es una decisión, me parece, perfectamente justa, que nadie habría protestado en caso de aplicarse a cualquier otro país en las mismas circunstancias.
En contraste con el artículo de Krugman, empeñado en descalificar a S&P, me parece acertado el editorial de ayer del Wall Street Journal que señala que, independientemente de la opinión que uno pueda tener de las calificadoras, "no tiene sentido matar a los mensajeros fiscales". La reducción de la evaluación de la deuda de Estados Unidos será "la primera de muchas humillaciones similares si Washington no cambia sus políticas económicas y fiscales".
POLÍTICAS EXPANSIVAS
El gobierno y la Reserva Federal de Estados Unidos han mantenido políticas expansivas en lo monetario y lo fiscal durante años en el afán de generar un mayor crecimiento. Como en el caso anterior de Japón, estas políticas han resultado contraproducentes. China, en cambio, ha demostrado que la mejor manera de crecer sanamente es aumentar constantemente la productividad.
www.sergiosarmiento.com