El misterio al final del arcoíris
Se habla de que hay una grata sorpresa al final del arcoíris como recompensa para aquellos que tengan los pies ágiles y lleguen a él. Nadie ha logrado comprobarlo, pero eso no impide que se mantengan éste y otros mitos en torno a uno de los fenómenos ópticos más hermosos de nuestro planeta.
Los arcoíris son conocidos desde hace centenares de años. Se sabe que los antiguos griegos ya los observaban y también que en el siglo XVI la gente suponía su estrecha relación con el agua, lo cual hoy en día la mayoría de nosotros asumimos, pues generalmente solemos verlos luego de que llueve.
La formación del arcoíris se da con un sencillo efecto óptico que ocurre cuando la luz del Sol entra en una gota de agua; la superficie de esa gota descompone la luz en colores, luego rebota en su cara interna que funciona como espejo para salir otra vez en un ángulo de 138 grados de diferencia respecto al que entró. Es por ello que siempre que vemos un arcoíris el Sol está detrás de nosotros, ¿lo había notado?
Para entender mejor lo anterior, puede reproducirlo sin ningún problema por su cuenta en un laboratorio o en su propia casa, como lo hizo Isaac Newton. Sólo necesita un trozo de cristal con figura de prisma y hacer incidir la luz en una de sus caras. Las reflexiones (rebotes) y refracciones (reflejos) internas permitirán que cuando la luz salga por otra de las caras ésta se descomponga en una gama completa de colores, siendo seis tonos los más evidentes, aunque por tradición popular decimos que son siete, ya que a este un número se le relaciona con la perfección.
¿CUÁNTOS ARCOS VES?
A veces observamos más de un arcoíris a la vez, uno brillante y otro pálido. En este caso, el segundo se crea si la luz rebota en más ocasiones dentro de la gota de agua y entonces, como en un espejo, los colores estarán invertidos y además su ángulo será diferente. Es por eso que el arcoíris de menor tamaño es el de mayor brillo, mientras que el exterior luce mucho más tenue.
Gracias a experimentos realizados en laboratorios se sabe que la luz puede rebotar en una gota y salir en al menos cinco ángulos diferentes. Si además consideramos que cada gota varía en tamaño, pureza y forma (más achatada o más redondita, dependiendo de la velocidad a la que cae), comprenderemos que un arcoíris nunca es igual a otro.
Quizá la parte más compleja de todo lo anterior es asimilar por qué la luz se descompone. Lo que llamamos luz en realidad son pequeñas partículas que tienen una cierta longitud de onda. Así, la luz azul es más energética y sus ondas son cortas y rápidas, mientras que la luz roja posee ondas más largas y lentas. Aunque la diferencia es pequeña, basta para que reboten de manera diferente. Esa variación aunada a la forma de las gotas hace que tengamos un arco de colores en el cielo.
Ahora que conocemos las características que permiten el nacimiento de un arcoíris, podemos inferir que dependiendo del ángulo de la luz solar y de las gotas de agua, será posible o no admirar este fenómeno. Es decir, si nos situamos en el lugar correcto con respecto al Sol, y la lluvia ha dispersado las gotas donde la luz se descompone y refleja, entonces lo veremos. Así, la historia de que al final del arcoíris existe una tinaja de oro cobra sentido, ya que por mucho que caminemos nunca alcanzaremos ese punto, pues llegará el momento en el que desaparecerá. Tal vez la moraleja aquí es que en realidad el tesoro lo tenemos ahí mismo, sólo hay que saberlo valorar.
La ventaja de saber cómo se ‘construye’ un arcoíris es que podemos comenzar a buscarlo en todas partes, por ejemplo regando el jardín con la manguera y dispersando el líquido del chorro, o si vemos una cascada y el sol está del otro lado, o bien si hay neblina y la luz se filtra entre los árboles, etcétera.
¿ARCOÍRIS CIRCULARES?
Existen decenas de formas en que la luz se descompone y rebota en el agua, dando pie a una gran variedad de fenómenos ópticos de los cuales el arcoíris es el más sencillo y común de observar.
Un ejemplo clásico lo tenemos con los cristales de agua. Si existen cristales de hielo hexagonales en la atmósfera alta o troposfera, estos harán que la luz se descomponga y forme un círculo, el cual recibe el nombre de halo (y que algunas personas suelen confundir con un arcoíris redondo). El más común es el halo lunar, que regularmente se aprecia con la Luna llena.
Pero los cristales de agua pueden producir fenómenos más complejos, como los ‘perros solares’, que son manchones de luz multicolor a cada lado del Sol en el momento en que el astro está por ocultarse. O las nubes iridiscentes, cuando éstas se ‘tiñen’ de centenares de tonalidades pastel.
UN ESPECTÁCULO CASI PARA TODOS
Independientemente del fenómeno físico, históricamente los seres humanos han asociado al arcoíris con distintos aspectos de la existencia. Se habla de que es la señal de tregua que Dios entregó al hombre después del diluvio universal y que por eso comúnmente lo observamos luego de que llueve. También se dice que no debemos señalarlo con el dedo porque trae mala suerte y salen granos en las manos. Sin embargo, el arcoíris además de hermoso es totalmente inofensivo y casual.
Las regiones con mayores niveles de humedad como las selvas o las costas, siempre serán propicias para observar con mayor frecuencia el arcoíris. En cambio, para quienes viven muy al norte o al sur del planeta -digamos más allá de los 55 grados de latitud- será realmente difícil o hasta imposible de ver, porque la luz solar y la lunar no alcanzan a tener el ángulo correcto. Asimismo, en los desiertos los fenómenos con cristales de hielo y las nubes iridiscentes son de lo más comunes. El hecho es que ver un arcoíris, además de invitarnos a sonreír, debe recordarnos que el agua está en todos los aspectos de nuestras vidas.
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