R Ecién realicé un viaje a Durango, ciudad que por cierto se ha transformado en forma maravillosa y ahora cuenta hasta con un moderno teleférico desde el cual se puede admirar la zona urbana en toda su plenitud. Algún día hablaré de ella en forma exclusiva, pero hoy voy a otra cosa.
Cuando transitaba por la supercarretera a esa ciudad, admiré los hermosos parajes de Raymundo, el cerro de la ballena y algunos otros que se avistan desde la ruta; y no pude menos que recordar cuando, siendo niños, íbamos de paseo a esos parajes y acampábamos, con un grupo de Boy Scouts, en cualquier lugar plano cerca del río para que no faltara el agua.
Eran aquellos tiempos felices, en que no importaba, no molestaba dormir en el suelo o caminar largas jornadas sólo para encontrar un lugar verde y apacible.
Tiempos de la niñez llenos de alegrías y diversiones que se van acumulando en la memoria y sobre todo de actitudes que nunca deberíamos abandonar.
Estoy consciente de que hubo y hay miles de niños que no vivieron en forma igual o semejante. Niños sin hogar que dormían en las calles o explotados por sus familias o por empresarios sin escrúpulos que los hacían trabajar cuando deberían estar jugando y disfrutando la vida.
Uno tuvo la gran suerte de poder disfrutar esa etapa y darse a la calle, la diversión y el aprendizaje libre sin limitaciones.
La madurez te va quitando muchas cosas de la niñez. Para comenzar te torna temeroso y penoso. No te atreves a hacer muchas cosas por el "qué dirán" y te da miedo hasta simplemente caerte en público.
En la niñez, nada te da verdaderamente miedo. Al contrario, todo lo tomas como novedad y como reto; y no hay nada que te detenga, puedes llegar a la punta de un árbol asumiendo sin temor el riesgo de caer y romperte la crisma. Y si te caes en público simplemente te levantas y sigues jugando, porque no pasó nada. Pero sobretodo, tienes la capacidad de soñar. Y lo haces simplemente con la imaginación o con los libros o la radio y la televisión.
Bastaba escuchar los capítulos de aquella serie radiofónica: "Los Corsarios", para imaginar que surcábamos los mares en un buque pirata, a bandera desplegada con enorme calavera, para que todos supieran a qué se atenían si se topaban con nosotros. Igual pasaba cuando leíamos las aventuras de Sandokan, "el tigre de la malasia".
Jugábamos en plena calle hasta la hora de cenar y para ello nos bastaba una lata vieja o un palo de escoba, porque también ahí, todo era imaginación y destreza.
Andábamos en bicicleta sin protección alguna y nos trasladábamos en ella a todas partes sin temor.
Crecimos entre raspones, brazos rotos, descalabradas y magulladuras de todo tipo. Traíamos la ropa parchada y a nadie le daba pena andar así. Las cicatrices no eran marcas infamantes, sino huellas de guerra.
En el colegio (La Pereyra) la disciplina la imponían los sacerdotes o los maestrillos a sangre y fuego. Aún recuerdo al padre Reynals, repartiendo golpes para parar una pelea. Y nadie se quejaba en su casa de que el padre lo había golpeado.
Eran tiempos felices, sin compromisos mayores y horarios enfadosos. Todos teníamos tiempo para todos.
Pero sobre todo, teníamos sueños y una rebeldía incontenible que después se volvió rebeldía bien encausada, pero nadie nos limitaba absurdamente. Tiempos hermosos que sólo se viven una vez y que a algunos les son robados por la mezquindad o la avaricia de otros.
Por todo ello, yo felicito a los niños que celebran su mes y les pido a sus padres que los dejen libres. Nada les pasará y seguramente, serán muy felices. Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".