Según sus promotores, los casinos son lo más parecido a Disneylandia, una especie de Diversiones Maravillosas pero para adultos. Los clientes son mujeres mayores de 35 años dispuestas a matar el día perdiendo dinero; las maquinitas tragamonedas regresan 90 por ciento de lo que se engullen; se controla el alcohol, y la entrada de personas en estado inconveniente está totalmente prohibida y controlada, pues lo que menos quieren los casineros es que les distraigan a las ñoras concentradas en meter monedas. Para acabar pronto, es como una casa de monjas en la que en lugar de rezar y hacer rompope las fieles tiran dinero y toman cubas. La única diferencia es la fachada, pues los casinos para ser casinos tienen que agredir visualmente a la ciudad: si no tiene hoyo no es salvavidas y si no tienen neón a lo baboso no es casino.
Si así de buenos y maravillosos son los casinos ¿por qué nadie los quiere? Más aún, ¿por qué un grupo de matones va al casino a cobrar derecho de piso?; ¿por qué había armas en los ductos del casino incendiado?, ¿por qué la mayoría opera siempre con alguna irregularidad?
Dice el dicho que en este país un vaso de agua y un amparo no se le niega a nadie, lo cual no es estrictamente cierto: cada día es más difícil que te den un vaso de agua. Los casinos son un negocio que opera en base a dos actos de autoridad: una concesión federal y un amparo. Después de diez años de discusión sobre qué hacer con los casinos un buen día Gobernación comenzó a repartir permisos a discreción. El resultado fue la proliferación de casas de apuestas y maquinitas sin que los ayuntamientos pudieran meter las manos: detrás de cada casino hay un padrino político propietario del permiso y un inversionista que va por todas. Cuando los municipios quieren parar la instalación de casinos viene doña amparo y sucede lo que vimos en Monterrey.
Pero entonces, ¿por qué a la mafia le gusta tanto un negocio de doñas?; ¿por qué los ayuntamientos los consideran "giro negros" si son permisos controlados por Gobernación y otorgados a respetables miembros de la clase política? Sólo hay una posible explicación: los casinos no son un negocio de entretenimiento de señoras desquehaceradas, son giros riesgosos y los miembros de la clase política que está detrás de ellos están lejos de esos que se considera respetable. Si la mafia quiere controlar los casinos es porque generan cantidades enormes de efectivo y porque son lugares idóneos para lavar dinero.
La tragedia de Monterrey tiene autores materiales: una banda de locos que están más allá de cualquier consideración, no digamos moral sino humana. Pero también hay una serie se actores de la clase política que le tendieron la cama a la tragedia: los políticos que dieron los permisos, los jueces que reparten amparos como si fueran colaciones, y las autoridades policiacas y de Protección Civil que prefieren hacer como que no ven antes que encontrarse con algo que no debieron haber visto.
Este pequeño mundo, pues, no se parece nada al de Disneylandia.