El presente se nos escurre como agua entre los dedos
Hombres de negocios muy exitosos y personas sumamente ocupadas en sus trabajos podrían decirnos que ellos sí están viviendo con intensidad el presente, y tan es así que consumen hasta el último segundo de su tiempo.
La capacidad de autoengañarnos es enorme y creo que se da porque no podemos soportar nuestra conciencia; esa que en cualquier momento nos puede preguntar quiénes somos y hacia dónde vamos. Es un hecho que quien actúa carece en ese instante de conciencia, y quien en un momento dado está plenamente consciente de algo no puede estar actuando.
Vivir muy ocupado haciendo cosas no significa que esté en el presente, pues lo que está haciendo tiene una fuerte tendencia a estar preparando el futuro. El estudio y desarrollo de la ciencia tienen como motivación principal la preparación del futuro. Y como la ciencia es siempre algo inacabado, incompleto, un claroscuro de luz y ceguera, el científico es un sediento perpetuo que anhela mayores avances de ésta: alimenta su hambre de erudición, no del hartazgo de lo mucho ya sabido, sino de lo que está por saber. Aquí aparece el futuro como motor fundamental de la ciencia.
Al ser ésta algo incompleto y enfocado a lo venidero, no nos sacia; razón por la que todas las ciencias son incapaces para dar a nuestra alma la menor orientación y tranquilidad. Nuestro sentido del honor que tanto cuidamos, nuestros anhelos de mayor conocimiento en muchos campos de la vida, toda la variada gama de emociones y de sentimientos vinculados con nuestro concepto y ejercicio de la libertad, nuestra repugnancia a estar equivocados, nuestro aferramiento a querer tener la razón; todo esto nace y se desarrolla por nuestra pretensión inconsciente de preparar el futuro.
Si nuestro compromiso fuera con lo más puro de la existencia y no con el porvenir, no estaríamos permanentemente martirizándonos en querer conciliar deseos con el alta carga emocional, que por naturaleza no pueden ser conciliables jamás: queremos continuar estrellándonos en nuestro afán de perfeccionismo y luego nos preguntamos ¿por qué negamos toda creencia y todo principio político? Creemos en algo cuando estamos satisfechos de ese conocimiento, pero como somos perfeccionistas no podemos creer, pues ese perfeccionismo nos induce a estadios superiores de credos y principios.
Quisiéramos vivir bajo los principios más nobles de la humanidad, pero como ello nos conduce a una vida más simple y de respeto no podemos cumplirlo, pues en el futuro nos vemos como triunfadores y ya sabemos que el triunfo implica muchas veces aplastar a otros. Quisiéramos contemplar la Naturaleza y asombrarnos ante las bellezas de la existencia, del amor, de la entrega a otros; pero nuestro miedo al futuro nos obliga a saber cada vez más, aun y cuando ese saber nos aleje de la vida.
En vez de más calidad de vida queremos más años de vida; en vez de una relación mucho más estrecha con hijos y cónyuges nos preocupamos por trabajar más, a fin de dejarles una protección económica, aun y cuando en la lucha por esa protección descuidemos casi por completo la relación amorosa con ellos. El espanto del porvenir vuelve a aparecer: deseamos ser responsables con nuestro hijos y no logramos entender que esa responsabilidad está muchísimo más vinculada con la vida en común con ellos que con el distanciamiento, dadas las tareas de la preparación económica del futuro de nuestros seres queridos.
Y lo más irracional de todo, nos dice Critilo, es que la ciencia es sólo conocimiento y no un principio ético de vida; que toda la tecnología, que carece del mínimo principio de una sólida orientación de la existencia; que nuestro afán de continuo perfeccionamiento, el cual está peleado con la poesía, el arte, la contemplación, y el amor. El gran colmo de irracionalidad de todo esto, es que esa ciencia, tecnología, perfeccionamiento, están manejados por seres humanos, quienes padecemos de una enorme irracionalidad sin darnos cuenta de ello.
¿O no es irracional que el más espectacular avance de la Física se haya comprobado con la explosión de las bombas atómicas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki, sólo por la pretensión criminal del presidente Truman de humillar a Japón en la Segunda Guerra Mundial? ¿No es irracional que toda la ciencia y la tecnología hayan avanzado inmensamente en los últimos 100 años, con una clarísima tendencia al futuro, para llegar al actual presente, en el que padecen hambre más de mil millones de seres humanos? Y en nuestras vidas individuales, ¿no le estamos apostando casi todo a un porvenir que no existe, en demerito de un presente que se nos escurre como agua entre los dedos?
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