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El propósito de esta columna

Las laguneras opinan...

MUSSY UROW

 C Ada vez es más difícil escribir en este espacio, y no me refiero a la disponibilidad de El Siglo de Torreón, sino a la temática de quienes colaboramos en ella.

El próximo mes de mayo se cumplirán doce años de aparecer semanalmente, con muy pocas omisiones y algunos leves cambios en el número de "laguneras."

La idea de crear esta columna fue de la Sra. Alicia Gómez de Villarreal, quien en una comida preguntó a la Sra. Olga de Juambelz por qué en el periódico se publicaban editoriales de mujeres que no residían en la Comarca, y la Sra. Olga - visionaria y emprendedora- le dijo: "Tienes razón. Búscame a un grupo de laguneras que lo quiera hacer", y así fue como surgió la columna. El primer artículo -de Rosario Ramos- apareció el 5 de mayo de 1999 con un pequeño epígrafe: "Quiero ceder este espacio y la palabra, a inteligentes mujeres laguneras para estar más al tanto de lo que opinan en todos los ámbitos en donde ellas se mueven. Olga de Juambelz."

No sé si somos inteligentes, pero sí genuinamente interesadas por lo que ocurre en nuestro país, y específicamente por nuestra región, a la que todas estamos ligadas por vínculos estrechísimos de vida y familia. Nos interesa rescatar la paz perdida de nuestra querida ciudad, la tranquilidad con la que todos vivíamos, recuperar aquellos nobles valores que dieron origen a la "luchona" Comarca Lagunera, y con los que curiosamente se nombraron las primeras industrias y comercios de Torreón: La Constancia, La Unión, La Fe, La Esperanza, el mercado Alianza...

En esta casi docena de años, hemos sido constantes y los temas desarrollados en la columna -de enorme diversidad- han ido de acuerdo a la personalidad y vocación de cada una de las que colaboramos en ella; los asuntos tratados se entretejen con nuestros intereses personales y la visión de lo que esté sucediendo en el mundo y que se pueda relacionar con nuestra región y país, de acuerdo al estilo muy particular de cada una.

Cuando digo que cada vez me resulta más difícil escribir esta columna es porque, básicamente puedo adoptar dos opciones o actitudes para hacerlo: una es el rol "sermoneador", del crítico empedernido de acciones -o la falta de- y generalmente aplicables a las autoridades en turno y a la clase política; la otra es la de escribir sobre algo totalmente intrascendente, irrelevante y neutral, que no ofenda, afecte o moleste a nadie. Cuando se adopta el rol del crítico-sermoneador, algunos lectores amigos -y por supuesto la familia- te dicen "qué bien estuvo lo que escribiste", pero jamás entrarán en conflicto expresando una opinión contraria; muchísimo menos te encontrarás con el funcionario o autoridad que te diga: "Tiene Usted razón...me vi retratado y le prometo que voy a cambiar."

A veces la familia se atreve a decirte "No está mal lo que escribes... pero ¿podrías bajarle al tonito adoctrinador?"

Entonces me digo "tienen razón, ya basta de echarles siempre" y busco algo ligero, un libro, un viaje, algo neutral. Me pongo el saco de lo que una vez me dijo un maestro en la universidad: "Usted no escribe mal, pero en sus historias (entonces pretendía escribir cuentos) parece que va por la vida con un ramito de violetas en la mano...". O sea -entendí entonces y cuando me vuelvo a poner el saco- que soy una ingenua y quisiera que todo estuviera bien, que no hubiera corrupción, que todos hicieran bien su trabajo, que nadie tuviera carencias y que la vida fuera amable con todas las personas.

Ese comentario truncó en parte mis aspiraciones literarias, pero no logró quitarme la esperanza de que de alguna forma, con el testimonio del propio trabajo y la congruencia en el pensar, decir y actuar, algo puede cambiar, en algo se puede influir. No siempre los comentarios benévolos, pasalones o destructivos logran hacer que desaparezca la capacidad de indignación ante lo que uno sabe que no está bien, lo que es correcto de lo que no, entender la diferencia entre el "ahí-se-va" y la verdadera responsabilidad.

No se puede adoptar tan seguido la opción de la neutralidad, hacer como que no es con uno la cosa. No se entiende que en nuestra otrora tranquila ciudad tengamos que vivir con miedo, sintiéndonos desprotegidos y vulnerables porque las autoridades, sabiendo muy bien quiénes son los que asaltan y roban coches por rumbos bien definidos, no hagan absolutamente nada. O cuando nos enteramos de que en uno de los más importantes reclusorios del país - el de Santa Martha Acatitla en la Cd. de México- entra un cirujano plástico a practicarle una liposucción a la famosa "Reina del Sur"...¿Cómo no atragantarse con las elecciones en el estado de Guerrero, con las "alianzas" entre los partidos, con la flagrante hipocresía de los que se dicen nuestros representantes en las Cámaras, con la indecisión para elegir al juez que hace falta en la Suprema Corte? ¿Cómo reaccionar cuando una amiga recientemente viuda platica sus peregrinaciones por el IMSS para dar de baja a su marido pensionado?

Es dificilísimo decidir sobre qué escribir, qué tono usar, si regañar o dejar pasar, si hacerse el tonto o expresarse honestamente, valorando por supuesto el privilegio que representa tener un espacio en el que se pueden exponer ideas y opiniones personales; pero igual de importante es saber que el esfuerzo de cada una es valorado, que en alguna forma logramos mover aunque sea tangencialmente a lectores anónimos; saber que nuestra palabra escrita -aunque no sea la de un reconocido periodista o escritor- tiene la capacidad de hacer una diferencia en la forma en que actuamos, tomamos decisiones que afectan o ayudan, a que todos tengamos una mejor vida.

No soy una ingenua, pero me niego rotundamente, ante la realidad tan cruel que nos está tocando vivir en esta época, a desprenderme del ideal que me dice que si tuviéramos el valor, si fuéramos verdaderamente responsables, juntos podríamos lograr un cambio.

¿Por qué será tan difícil hacer las cosas bien y tan fácil hacerlas mal?

(Quecha: no te desaparezcas por mucho tiempo.)

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