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¿El rosa apesta?

OPINIÓN

¿El rosa apesta?

¿El rosa apesta?

Adela Celorio

Creo, pues Yahveh al hombre a imagen y semejanza suya, macho y hembra los creó.

Desnudos los creó y así desnudos los dejó en el paraíso; eso de distinguirlos con el azul y el rosita lo inventamos nosotros mucho después. ¿Vestir al niño de rosita y a la niña de azul sería convocar al diablo? Yo pienso que no, pero nos hemos vuelto tan exquisitos que esto de los colores se ha convertido en algo muy serio. Basta con entrar a una juguetería para darse cuenta de la monocromía que reina en las secciones de niñas: disfraces de princesas, cocinillas y hasta las computadoras y teléfonos celulares para ellas, son de color rosa.

Sin embargo, el movimiento de liberación femenina nunca fue cursi. El feminismo que en principio requirió de excesos para hacerse oír, poco a poco ha encontrando su punto de equilibrio hasta quedar en una cotidiana batalla por la igualdad de derechos, la abolición de todas las formas de discriminación sexual y la libre disposición de nuestro cuerpo. Esto, me parece, es evidentemente justo para cualquier sociedad medianamente civilizada, y es lo que finalmente ha quedado del feminismo irracional que en los años setenta confundió tanto a tantas mujeres de mi generación.

Me cuento entre las damnificadas que quisieron liberarse sin entender que lo primero que exige la liberación femenina es autosuficiencia. “Nadie puede reclamar igualdad si es incapaz de ganarse la vida”, advirtió Simone de Beauvoir. Dado que la marginación, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer siguen siendo la causa de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, es imprescindible que la igualdad de deberes y derechos de ambos sexos forme parte de la cultura y la educación de las nuevas generaciones.

Hoy, despojada ya de las locas fantasías que generó en mí el estrepitoso movimiento de liberación femenina, sigo siendo feminista. Lo soy porque durante mi ya larga vida he sufrido en carne propia la discriminación sexual: las niñas no juegan en la calle, o ¿para qué quieres ir a la universidad si algún día te vas a casar?, cuestionaba mi padre. Seguramente creía que la mujer casada podía rebuznar sin que eso afectara la vida de su familia y de la sociedad entera. “La esposa estará sujeta al marido”, me informó el juez que me casó pero yo ya estaba ahí vestida de blanco y no era cosa de arrepentirme. El resultado fue una madre muy burra y miles de horas de trabajo doméstico ‘por amor’ (y por lo tanto sin remuneración alguna).

Mucha agua ha de correr antes de que las mujeres consigamos al fin la equidad económica y la justicia que hasta ahora nos niega una sociedad donde hasta las mujeres somos machistas. Los impunes feminicidios a ciencia y paciencia de gobernantes corruptos y machistas como en Ciudad Juárez, en el Estado de México y tantos otros, son la prueba más fehaciente de la injusticia que aún padecemos.

Sin embargo el feminismo no tiene nada que ver con el rosa mexicano con que han pintado los transportes públicos que nuestro jefe de gobierno acaba de poner en circulación en la capital para uso exclusivamente de las mujeres. La medida está funcionando, aunque a largo plazo sólo la educación para la equidad hará posible que ambos sexos podamos compartir la vida con respeto mutuo. Pero cursis y todo, los autobuses color de rosa exclusivos para mujeres, además de ofrecer la posibilidad de identificarlos fácilmente, dan un toque alegre al horizonte vehicular que padecemos. Y aunque aspiramos a una sociedad en la que sea innecesario un trasporte exclusivo para mujeres, me parece un tanto exagerado el movimiento que contra ese color encabezan las mellizas inglesas Emma y Abi More, PinkStinks (‘el rosa apesta’), para desafiar la costumbre social de aplicar el color de rosa a todo lo femenino. ¿Será para tanto? Yo no lo creo; pero tal vez valdría la pena pensarlo.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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