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EL SÍNDROME DE ESQUILO TODO POR UNA SILLA

VICENTE ALFONSO

El paso de Enrique Peña Nieto por la Feria del Libro de Guadalajara reveló su punto débil: la improvisación. El hecho no es menor: un presidente debe tener capacidad de reacción y destreza para salir de las situaciones más insospechadas. El precandidato tricolor ha cometido tantas pifias que se ha vuelto la comidilla en las redes sociales. Pero seamos realistas, no podemos subestimar cómo funciona la política en México: los partidos construyen poderosas maquinarias que acompasan los tiempos políticos con las necesidades de la gente. Cuando se acercan las elecciones circulan despensas, tinacos, promesas de empleo, tarjetas prepagadas, todo condicionado al voto por un partido.

Si bien hay un sector del electorado que está atento a la vida política del país, también existen millones de mexicanos a quienes no les importan los debates públicos porque salen de su casa todos los días a buscar el sustento. Si a Peña no le preocupa el salario mínimo es porque tiene cubiertas sus necesidades. Pero los partidos no ignoran que prácticamente la mitad de la población vive en pobreza: millones de mexicanos saben por experiencia cuánto es el salario mínimo y cuánto cuesta el kilo de tortillas.

El peligro de esa forma de operar es que esas temporadas de bonanza y las "ayudas" a la gente conllevan una resaca que suele ser más costosa que el apoyo. Para muestra, el botón coahuilense queda perfecto: mis hijos, que aún no nacen, serán profesionistas y seguirán pagando la deuda que contrajo la saliente administración.

La solución es construir un electorado atento, informado, consciente de que en política hay inversiones a corto y largo plazo. Y ese, precisamente, es uno de los temas de La Silla del Águila, la novela de Carlos Fuentes que Peña Nieto mencionó como uno de sus libros preferidos. Como en su momento escribí, ese libro me dejó con un mazo de preguntas. Sé que no es un manual de política, ni una colección de estampas nacionales. Es una novela que genera muchas preguntas, pero no de las que ameritan respuestas inmediatas.

Allí, Fuentes rescata el juego que comenzó hace casi veinte años con Cristóbal Nonato: la construcción de un espejo sarcástico que nos devuelve acentuados nuestros peores rasgos. Nunca falla disfrazar el presente de futuro. Contextualizada en 2020, La silla del Águila describe un México no muy distinto al que habitamos. En la capital un grupo de estudiantes inconformes ocupa las instalaciones de Ciudad Universitaria. En La Laguna (sí, aquí) los campesinos realizan marchas para pedir la restitución de tierras que les dio la reforma agraria del presidente Cárdenas. Pero el más grave de los problemas nacionales es que, por una diferencia diplomática, los Estados Unidos han dejado de rentarle sus satélites a México, lo que obliga a los habitantes -incluidos políticos y servidores públicos- a comunicarse sólo por carta. Así se rompe la regla de oro: "en política no hay que dejar nada por escrito".

Leyendo cartas, expedientes y documentos comprometedores, Fuentes nos convierte en testigos de la forma en que se decide día a día el destino nacional. El presidente, un empresario llamado Lorenzo Terán, es un hombre bueno pero demasiado pasivo como para llevar las riendas de México. El país se le sale de las manos. Hay que sumar un Congreso paralizado, dividido, incapaz de alcanzar acuerdos. Y por si fuera poco se ha desatado antes de tiempo la carrera por la sucesión presidencial.

Los protagonistas de la novela son políticos.

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