Al iniciar su discurso sobre el amor en El Banquete de Platón, Aristófanes postula que en los orígenes los géneros del hombre fueron tres: masculino, femenino y andrógino (una sola cosa como forma y como nombre, partícipe de ambos sexos).
La forma de cada uno de ellos era una totalidad redonda. Tenían cuatro brazos y cuatro piernas y eran terribles por su vigor y su fuerza. Grande era también su arrogancia, y como atentaron contra los dioses, Zeus tomó una decisión: "voy a cortar a cada uno de ellos en dos, así serán más débiles y más útiles por haberse multiplicado en su número".
Una vez que la naturaleza humana fue separada en dos, cada parte añoró su propia mitad. Intentaban reunirse nuevamente en una sola y morían de tristeza e inanición por no poder vivir separados uno del otro. Es así que dice Aristófanes: "cada uno de nosotros es una contraseña del hombre como resultado del corte en dos de un solo ser. De allí que cada uno busque su propia contraseña".
¿Será que tras esa idea se esconde el verdadero temor: confirmar que estamos solos? Muchas explicaciones del mundo comienzan con una ruptura semejante a la que Aristófanes relata: al darse cuenta de que está confinado al terreno de la conciencia, el hombre comprende que ha sido exiliado del territorio paradisiaco en el que todo era uno. A partir de entonces, restablecer esa unidad se convertirá en una razón de ser. No obstante, el restablecimiento de la unidad debe ser otorgado por los dioses, pues perseguirlo por propia mano es desacatar la voluntad divina. El mítico castigo de Babel destruye la construcción que apuntaba contra ese destierro: el lenguaje.
Una de las situaciones más comunes en el teatro griego es aquélla en la que cada personaje niega o al menos duda frente a lo que dicen los demás. La precisión con que fueron escritas estas piezas exhibe ante los espectadores la babélica complejidad de la comunicación humana: cuando no tenemos el contexto solemos tomar muchas cosas por manifestaciones de locura. Lo fragmentario, en ambas obras, desconcierta a los personajes que conocen sólo parcialmente la información. Es justamente por los enredos que las piezas resultan divertidas para el público, que posee toda la información y ve a los personajes tratando de salir de un laberinto lógico como moscas intentando atravesar un vidrio.
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