Hace años pasé una larga temporada en Sudamérica, brincando de país en país. Nunca como entonces había extrañado cosas que tenía a la mano en México.
Al término de una de aquellas estadías, un grupo de amigos de distintas nacionalidades organizó una fiesta mexicana, a la que todos llegaron con latas de chiles, tortillas improvisadas e incluso un compacto de los Tigres del Norte. Aquella noche, el mejor recuerdo provino de un amigo chileno que había estado por acá unos meses antes y había regresado con las maletas repletas de cosas: una moneda mexicana con el perfil de Octavio Paz.
Casi diez años después sigo cargando esa moneda como amuleto. Por eso me ha dado tanto gusto enterarme de la reedición (para decirlo en términos literarios) de aquella moneda de veinte pesos para conmemorar que hace veinte años la academia sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura al autor de “Las trampas de la Fe”.
Por varias razones me parece muy atinada la iniciativa de Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y de Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, de festejar así, con una moneda, los 20 años del Nobel de la Paz. Más que un homenaje es un acto poético: una moneda no se deteriora tan fácilmente, y es además, una de las constantes en la obra del poeta.
La moneda, con valor nominal de $20, será utilizada en las transacciones del día a día.
Además de la moneda, el Fondo de Cultura Económica acaba de lanzar el volumen Por las Sendas de la Memoria, que reúne los prólogos que el poeta escribió entre 1990 y 1997 para sus Obras Completas. Al compilar estas cuartillas del Nobel de Literatura 1990, se pone al alcance de todos un nuevo punto de entrada a la obra de uno de nuestros autores más lúcidos, más prolíficos y más universales.
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