Hace veinticinco años, mis amigos y yo emprendíamos una lucha para desterrar de las fiestas a los payasos, los magos y las piñatas. Estábamos en cuarto de primaria y comenzábamos a imitar las reuniones de los mayores. Pronto vimos que guardar los trompos y traer la camisa desfajada no era suficiente para sentirnos en el rol de jóvenes. Un amigo dio en el clavo: nos faltaban conflictos y discos de rock. Todo joven que se jactara de serlo tenía una banda de rock favorita.
No me fue difícil elegir la mía. Una tarde, en el supermercado, hallé un vinil de Los Enanitos Verdes que incluía "La muralla verde", canción que se escuchaba en todas partes. Mi padre accedió a comprármelo.
Más que un disco, sentí que estaba adquiriendo una identidad. Con Las Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco y las tiras de Mafalda, Contra Reloj se convirtió en un manual para descifrar la complejidad del mundo adulto.
"El frío se acerca a mi soledad. Otra noche sólo tengo que pasar. Discusión estéril sobre moral... no toleran ni un instante, dicen que está todo mal", cantaba Marciano Cantero y yo me sentía identificado aunque no pudiera precisar en qué. "Así que eso es la vida", pensaba, "así piensan los adultos". Como algunos meten los plátanos al refrigerador para que maduren más rápido, yo sometía mi conciencia a los verdosos acordes y letras para inducirle la madurez que ambicionaba. Simulacro de Tensión. Tus Viejas Cartas. La Luz del Río. Luchas de Poder. Es una Máquina...
Una canción me gustaba sobre las demás: Cada vez que digo Adiós. Oyéndola sentía una nostalgia que, a falta de pasado, se contentaba entonces con anclarse en el futuro. Así, me imaginaba que alguna vez tendría una novia que, entre alegre y entristecida, me diría eso de: "que te vaya bien, yo te espero. Siempre te esperaré".
Han pasado veinticinco años y Los Enanitos Verdes no han dejado de ser mi banda. Cada etapa de mi vida está marcada por alguna canción de ellos. Así, por ejemplo, siempre asociaré el álbum Big Bang con Monterrey, porque cuando salió yo estudiaba en la Facultad de Música de esa ciudad. Tengo todos sus discos y los he escuchado en concierto muchas veces. La más reciente fue el sábado nueve de abril en el Foro Sol, cuando setenta mil personas cantamos aquellas canciones que han sido parte importante de mi educación sentimental.
Hoy tengo una novia que vive en una ciudad distinta a la mía, a la que visito con frecuencia. Y cada vez que ella, con tristeza y alegría me dice, que te vaya bien... Hoy me doy cuenta de que no podría decir si esas rolas efectivamente describían los conflictos de la vida o si mi vida, permeada para siempre por los versos y los acordes de Marciano Cantero, ha terminado por parecerse a sus canciones.
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