De este cuatro al ocho de julio se realizará en Ginebra, Suiza, una reunión en la que funcionarios de alto nivel de todo el mundo evaluarán los aportes y los retos que, en materia de educación, tienen los diferentes países miembros de la ONU. Aunque es menos redituable políticamente que otros temas como el cuidado al medio ambiente o las cumbres financieras, el asunto no es menos relevante. Tal vez lo sea más.
Partamos de una premisa: estudio y bienestar están ligados. Más que un sitio donde se memorizan datos, las escuelas son instituciones que generan y difunden conocimientos que nos permiten entender nuestro entorno, transformarlo y mejorar nuestras condiciones de vida. Teóricamente, al menos, eso debieran ser: espacios en donde se fomenta el pensamiento crítico, la reflexión, el diálogo y el debate. Esta condición aplica especialmente para las universidades, pues en ellas se desarrollan muchas investigaciones cuyos resultados nos benefician a todos. Desde un transistor hasta ediciones especializadas para médicos, ingenieros o periodistas, pasando por nuevos fertilizantes, son resultado de la investigación universitaria.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), nunca antes el bienestar de las naciones había estado tan estrechamente vinculado a la calidad y al alcance de sus sistemas e instituciones de enseñanza superior.
Como muchos otros países en el mundo, México enfrenta una paradoja: quienes más se beneficiarían haciendo estudios universitarios, a veces no tienen acceso a ellos, pues aunque nuestro país cuenta con algunas excelentes universidades públicas, la competencia por los lugares provoca que muchos de los aspirantes (en ocasiones la mayoría) se queden fuera.
En ese renglón, los números no mienten: la competencia por un lugar en las universidades públicas es cada vez más reñida. De los 170,558 jóvenes que el año pasado presentaron el examen para ingresar a una licenciatura en la UNAM, se quedaron sólo 16,170. Eso significa que, en números redondos, sólo uno de cada diez aspirantes logra inscribirse. Para los nueve restantes, la alternativa es buscar una universidad privada que ofrezca la carrera que desean... y que pueden pagar.
Para quienes no pueden costearse los estudios en una universidad privada, un crédito educativo puede ser la diferencia entre prepararse y no hacerlo. Por eso llama la atención que -comparado con otros tipos de crédito- existen muy pocos planes para financiar estudios. Facilitar los caminos a la educación superior es abrir rutas a un mejor futuro para todos. Por esa razón, construir esos caminos debe ser también tarea de todos.