"El fin justifica los medios", es la sentencia más conocida de El Príncipe, libro que dio fama a Nicolás Maquiavelo (1469-1527). Con frecuencia escuchamos estas cinco palabras, sobre todo cuando se habla de política. No obstante, quien busque la frase en el libro no la encontrará.
Escrito entre agosto y diciembre de 1513, El Príncipe apareció sólo hasta después de la muerte de su autor. Hay quienes sostienen que en esta obra Maquiavelo defiende la inmoralidad. No es así. Lo que hace es poner sobre la mesa lo que pueden hacer los hombres con tal de mantener el poder. Y deja claro que en política no se conoce el bien y el mal, sino la eficacia o la ineficacia.
Maquiavelo nos recuerda que para gobernar se disponen de armas de dos tipos: el derecho y la violencia. La primera pertenece al hombre, la segunda "es propia de los animales". Aclara después que el Príncipe que aspire a gobernar debe saber utilizar la violencia cuando el derecho falla. Cuenta que los príncipes antiguos, entre ellos Aquiles, eran educados por un centauro, es decir, por una creatura mitad animal y mitad humano, y sentencia: "tener por preceptor a alguien mitad bestia y mitad hombre no quiere decir sino que es necesario a un príncipe saber usar una y otra naturaleza, y que la una no dura sin la otra".
No podía dejar de pensar en el libro de Maquiavelo la semana pasada, mientras veía los extractos del diálogo que sostuvieron los representantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (entre ellos el poeta Javier Sicilia) con los representantes del Poder Legislativo.
No son pocos quienes miran con desconfianza esas reuniones, pero no veo otro camino como contrapeso a la violencia. Quienes se pronuncian por reventar las conversaciones sólo abonan a polarizar más un país en donde cada vez se solucionan menos asuntos por el derecho y más por la fuerza. Si tenemos al ejército en las calles es porque hay territorios en donde parece haberse extinguido el imperio de la ley, territorios donde la permanencia del Estado (es decir del poder) parece asunto de violencia pura y dura.
En el capítulo XVIII de su libro, Maquiavelo aborda el tema de la palabra empeñada: ¿debe el príncipe mantener su palabra y comportarse con integridad, aún cuando pueden darse casos en los que sus promesas vayan contra sus intereses? La respuesta de Maquiavelo es no, y lo justifica de la siguiente manera: "Este precepto sería correcto sólo si todos los hombres fueran buenos, pero, puesto que son malos y ellos no te guardarán a ti su palabra, tú tampoco tienes por qué guardarles la tuya".
Acaso en eso pensaba Javier Sicilia cuando, como parte de su discurso, recordó a los legisladores una frase de Ezra Pound que debería ser tema de meditación para todos: "cuando un hombre traiciona su palabra, o su palabra no vale nada o ese hombre no vale nada".
Por utópico que suene, el rescate del país pasa por restaurar el valor de la palabra empeñada. Sólo en la medida en que los ciudadanos aprendamos a dialogar con los poderosos y les exijamos que cumplan sus compromisos, podremos inclinar la balanza nuevamente del lado de la ley. Por ahora, la difícil situación que enfrentamos favorece a quienes saben moverse en el ámbito de la violencia. Y ciertamente no somos nosotros.