El 4 de agosto cientos de miles de ciudadanos chilenos salieron a las calles a exigir educación gratuita. Las cacerolas han vuelto a sonar, como en los setenta. Una de las palabras clave en estas protestas es indignación, palabra que nos recuerda a los Indignados, movimiento de miles de españoles que los últimos meses han salido a las calles, que han acampado en plazas públicas como una muestra de rechazo a la clase política, a la que exigen educación y trabajo.
Detrás del movimiento europeo está ¡Indignez-vous!, texto de 19 páginas que ha vendido millones de ejemplares en Europa. El autor es Stéphane Hessel, ex combatiente de la Resistencia francesa, de 93 años, sobreviviente de tres campos de concentración. Convencido de la no violencia, Hessel propone un concepto: paciencia vigilante. Para llegar a ella es necesario basarse en los derechos, cuya violación, sea quien sea el autor, debe provocar nuestra indignación.
Con esa palabra, indignación, vuelvo a Chile, y a un testimonio que recibí por correo electrónico del cantautor Alexis Venegas, y que hoy reproduzco aquí (comprimido por razones de espacio): "Indignante resultaba hoy 4 de agosto tratar de caminar por las calles de mi gran Santiago junto a mi hijo. Los carabineros eran claros en lo que querían y nos daban órdenes precisas, yo me preguntaba, a mi edad, adulto, votante, contribuyente, tenía que tragarme la mierda y desviar mi rumbo, ¿cuál? Lograr manifestarme por la educación en mi país. Congregarnos para decir que no estamos de acuerdo y que los cambios tienen que ser ahora. Pero no podíamos, una triste remembranza de tiempos dictatoriales me embargaba y llenaba de impotencia.
Mi hijo no lo podía creer, gente parada en las esquinas, incluso mirando, oficinistas, familias, comerciantes atacados por las fuerzas especiales, mojados para ser dispersados y así cumplir con las órdenes estrictas del gobierno: no permitir la manifestación legítima del descontento popular. Así fue que volvimos a la casa, cansados e indignados. En plena democracia hostigados e impedidos de decir lo que queremos: que queremos educación gratuita y de calidad, oportunidades para todos los niños y jóvenes chilenos para poder salir de esta triste calidad de subdesarrollo económico, cultural, humano.
La discusión siguió en las redes sociales, unos criticando la violencia estudiantil: que era mejor deponer las manifestaciones, que las pérdidas económicas eran muchas, que no valía la pena perder el año escolar. Los otros, con la idea de que esta es la mejor inversión para un país que se precia de ir en camino al desarrollo, que las pérdidas económicas de hoy son nada al lado de lo que se puede ganar si esto se transforma. Y a fin de cuentas con la discusión puesta sobre la mesa. No nos dejaron reunirnos en nuestras propias calles, esas que nos había costado tanto recuperar, enfrentados nuevamente al poder de la fuerza pública y sometidos, pero al final de la noche todos nuestros corazones vueltos cacerola interminable, por todos los rincones del flaco Chile el sonido de una batería incontenible, imposible que se metan a mi casa y me requisen las ollas, por lo menos esto no lo pudieron parar, como seguro no será posible detener esta revolución, esta rebelde potencia secundaria, universitaria y visionaria, la incontenible potencia estudiantil, la fuerza de la creatividad de estos niños atacados violentamente este 4 de agosto en las calles de mi Chile.
El pulso de los tiempos dirá la verdad. Mi corazón hecho una cacerola como en los mejores peores tiempos de dictadura. Aún se escucha por mi ventana el sonido de las ollas sumadas a las bocinas y a las alarmas policiales. Es de noche y me voy a la cama con un poco menos de vergüenza. Con esperanzas de que aprendamos y no nos dejemos pisotear una y otra vez, quizá esa sea una parte fundamental para ser más dueños de nuestro destino como país. Viva el movimiento estudiantil, por mis hijos y por los hijos de mis hijos, por tus hijos y por los hijos de tus hijos, amén.