En días recientes comenzó a circular en facebook una propuesta: envirular la red para que le den a Daniel Sada el Premio de la FIL Guadalajara. Sada tiene méritos de sobra: con novelas como Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Una de dos y Casi Nunca, canta con voz propia en el coro de las letras mexicanas. Pero hay algo que me preocupa. Algo que corre por debajo del asunto.
Sada permanece delicado de salud, bajo los cuidados de su esposa. Una página en facebook solicita ayuda para él, e informa que "el tratamiento de diálisis que requiere implica altos recursos económicos mes a mes". De hecho, en días pasados, más de 40 artistas plásticos y escritores hicieron donaciones para subastarlas y recolectar fondos. Lo más grave es que Sada no contaba con ningún tipo de seguro médico (ni estatal ni privado). Adriana Jiménez, su esposa, declaró en abril al diario La Jornada: "El ISSSTE le da suministros para la diálisis que se le debe practicar cuatro veces al día, en nuestro domicilio. Es verdad que él no tenía seguro médico, como tantos otros artistas, creadores y promotores culturales. Como su esposa, lo di de alta en el ISSSTE, puesto que soy derechohabiente. Algunos buenos amigos tuvieron la iniciativa de pedir apoyo para su tratamiento porque, por la naturaleza y avance de su padecimiento, requiere una enfermera especializada en el tipo de diálisis que se le prescribió, además de insumos no previstos".
¿Qué país es este, donde los altos burócratas se conceden lujos aberrantes y los escritores no merecen seguridad social? ¿Qué país es este para que el acceso a la salud sea un premio para los creadores, y no una condición básica que les permita trabajar tranquilos? Pongámoslo así: la mayoría de los premios Bellas Artes contemplan un premio de $100,000 pesos. Eso valen, en pesos y centavos, la mejor novela, la mejor obra de teatro, el mejor libro de cuentos escrito en México cada año. Muy poco si lo comparamos con los $491,000 mensuales que ganan los ministros de la Suprema Corte. O los $246,031 pesos que se embolsa al mes cada consejero del IFE. O los $196, 847 que ganan los secretarios de Estado. O los $134, 843 que ganan otros funcionarios de nivel medio. Además, entre otras prestaciones, todos ellos cuentan con seguro de gastos médicos.
Es tiempo de buscar soluciones de raíz al olvido en que han caído los creadores en México. No propongo subir el monto de los premios (que no estaría mal) sino algo más cercano a lo que María Rojo, senadora del PRD, planteó a fines del año pasado: crear un fondo de apoyo para que artistas, creadores y gestores culturales puedan incorporarse a los sistemas de seguridad social, cuenten con servicio médico y fondo para el retiro. En esa ocasión Rojo recordó que en 1980, la UNESCO emitió una recomendación que decía: "se entiende una preocupación por la condición del trabajador cultural como no asalariado y victima de la exclusión de los beneficios de la seguridad social (...) por lo que su incorporación al Seguro Social es impostergable y no cabe pretexto ni motivo de dilación". De eso, hace treinta y un años.
Al tiempo que esa y otras propuestas duermen, la urgencia persiste.