(de la nordaka raza a la chilanga banda)
En el principio es el verbo: ¡Hey familia! danzón tarareado, medio platicado, con puros arreglos a señas y a grito pelado...Verbo con armónica, historias de noche y callejón, contadas y cantadas por una voz que raspa el teatro mientras unos zapatos lijan las tablas. Pa-ra-pa-pám. Son las nueve de la noche en el Teatro de la Ciudad de México: mil trescientos cuarenta y cuatro chilangos de distintas generaciones se dan cita para escuchar al que para muchos es, con justa razón, el mejor compositor de México libra por libra: Jaime López.
Quique Rangel al bajo y Andrea Balency al acordeón suben al escenario para tocar "Arando al aire": Ven que quiero hablarte al oído/ tararear la melodía muy muy suave/ mientras toca un grupo a lo lejos/ imagina que a tus pies está el cantante. Después llega "Ay Inés", y entre el público algunos corean. Cómo quitar los ojos de la Balency, Lolita con acordeón y minifalda. Y cómo quitar los oídos de este trío, que para la siguiente rola se convierte en cuarteto cuando se incorpora Luis Ledesma, El Children, que le ha pegado a los tambores en las últimas giras de Café Tacvba. Proceden a la ejecución de "Caite cadáver".
Sin sentirlo, la noche va subiendo su voltaje. Se acaban los rounds de estudio y ahora sí sálvese quien pueda, porque lo que comenzó con un danzón a capela es ya un six pack al que se han integrado Joselo Rangel y Ramiro del Real. Al primero no hace falta presentarlo: si hubiera selección mexicana de músicos, Joselo sería el director técnico. "Él es el diyéi de esta noche", declara Jaime "yo nomás vengo a que me pinche". Por su parte, la guitarra de Ramiro del Real se lleva el protagónico, recitando algunos de los mejores parlamentos de la noche.
Todos hacen su trabajo, logran que el auditorio mueva los hombros, que aplauda sin despegar la vista de López que escupe sus versos bien forjados, que filtra albures, así que pobre del que se descuide (Oro no es, plátano es, psentonces ¿qués?). El homenajeado hace trabajo de piernas, suelta acordes que van al pecho, versos que aturden la cabeza; y el campeón exhibe su repertorio de rolas que van de la tradición norteña a la crónica chilanga, del country a la cumbia. Todo cabe en esta noche: los calambures de Xavier Villaurrutia, las progresiones beatleras, la norteña ironía del Piporro.
Así llega la hora de presentar "al Mil máscaras de los sobrenombres". El público sabe ya de quién se trata: en los últimos años se ha llamado Juan, Cosme, Anónimo, Élfego Buendía, Rita Cantalagua... En realidad se llama Rubén Albarrán, la inconfundible voz de Café Tacvba. "Yo no lo sé de cierto, lo sospecho, que se fue por cigarros a Hong Kong", dice López. "Pues metámosle al taconazo, muchachos", responde Albarrán. Al calor de la redoba se reconcilian el norte y el centro. De la nordaka raza a la chilanga banda.
Con Emmanuel del Real y el señor González son ya diez en el escenario, y se completa lo que López llama "la cofradía del güiro". Cofradía que sabe muy bien que la música entra por los pies y luego se contagia a la cabeza: el público se levanta de las butacas para bailar, y acaba de borrarse la frontera entre músicos y espectadores. Así lo perciben los fotógrafos, que disparan sus cámaras hacia las butacas para captar la entrega de los asistentes. Ahora sí, Jaime, no los pierdas. Ya son tuyos. Es momento de descargar una ráfaga: "Me siento bien, pero me siento mal", "Ella empacó su bistec", "Chilanga Banda", en la versión que popularizaron los tacvbos. Así llega el Nocaut.
Se hablará mucho de esta noche. Ya habrá tiempo para las repeticiones, pues por fortuna hay cámaras que han registrado el hecho, eso permitirá a quienes no estuvieron aquí, estudiar cuadro por cuadro el DVD.
