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El Sufragio efectivo y la No reelección

GILBERTO SERNA

Quedé sorprendido cuando en un cajón de aquellos inmensos roperos de dos lunas, que antaño hacían las delicias de los antiguos torreonenses, encontré un libro que literalmente saltó a mis manos infantiles allá por los años cuarenta y que vendría a constituir una deliciosa lectura de la que aún conservo esa fantasía y ese azoro de ver que había quien era capaz de hilar un relato con tal maestría que los personajes se desprendían de las hojas de papel para darnos una cátedra de buenos actores que gozaban mostrándose tan reales que navegaban en la imaginación.

Y cómo no iba a ser así, si se trataba de un excelso escritor de fama internacional llamado Samuel Langhorne Clemens, que con ese nombre no le dice nada a usted ni a mí ya que toda su vida literaria usó el seudónimo de Mark Twain. Su nacimiento tuvo lugar durante la llegada del cometa Halley que tarda 74 años en recorrer los espacios siderales hasta los confines de nuestro universo, volviendo de nuevo, años después, a mostrarse en el firmamento por donde nosotros deambulamos encima del planeta Tierra.

En afecto, Twain nació el 30 de noviembre de 1835 y falleció el 21 de abril de 1910. En una foto de 1907 tomada en Nueva York lo vemos con una alborotada y abundante cabellera que debió ser rojiza en sus orígenes, pero que en el transcurso del tiempo se volvió blanca, cejas y bigotes igualmente albos, con cierto dejo a la Albert Einstein, físico-matemático, que gustaba traer el pelo enmarañado. Al aproximarse nuevamente a nuestro espacio Mark predijo que se iría con él. Murió al regresar el astro. (No olvidar que tiempos antiguos, la simple aparición de un cometa era objeto de superstición, atribuyéndoles el carácter de mensajero de malas noticias. Y cómo no, se les ha relacionado con todo tipo de catástrofes: guerras, terremotos, plagas y muerte de mandamases y dirigentes. Durante la conquista española se vio a plena luz del día un cometa surcar los cielos que fue dibujado por los aztecas como uno de los símbolos que provocó la caída de su imperio).

Los cometas tienen dos particularidades, la primera es que la cola se desarrolla o sea crece, a medida que se acerca al Sol, debido al calentamiento de su helada superficie. La segunda es que esa cola siempre está apuntando en dirección opuesta al Sol.

En 1909, Mark Twain (seudónimo que proviene de una expresión utilizada en el Río Misisipi que significa dos brazas de profundidad, indicando el calado mínimo para navegar) expresó un vaticinio, diciendo: "vine al mundo con el cometa Halley en 1835. Vuelve de nuevo el próximo año y espero marcharme con él. Será la mayor desilusión de mi vida si no me voy con el cometa Halley. El todopoderoso ha dicho sin duda: Ahora están aquí estos dos fenómenos inexplicables; vinieron juntos, juntos deben partir. ¡Ah! Lo espero con impaciencia".

Su predicción se cumplió, murió de un ataque al corazón la tarde del 21 de abril de 1910 a los 74 años de edad, un día antes del retorno a la Tierra del cometa. (En la década de los ochenta, cuando volvería verse pasar el cometa en las alturas, salimos un grupo de laguneros, de la ciudad al descampado, ansiosos por contemplar el fenómeno meteorológico con el ánimo de constatar si, cumpliéndose con la teoría de la relatividad de Einstein, los que permanecimos en el espacio-tiempo en la Tierra, envejecimos tal como sucede con el común de los mortales, en tanto Mark Twain al regresar de su viaje interestelar, debería doblar su edad sin rivalizar con su apariencia). Nos llevamos un chasco, en la bóveda celeste apenas se vio una luz mortecina y de don Mark, como era de esperarse, ni sus luces.

Todo lo anterior lo recordé a consecuencia de que cada cuatro años, (no 74 como el cometa Halley) se renueva el poder Presidencial en México. (Eso fue hasta antes de Lázaro Cárdenas que le agregó dos años a su período). Álvaro Obregón, fue objeto de un atentado cuando era presidente electo por segunda vez, costándole la vida, el 17 de julio de 1928. Dura lección que dejó una huella indeleble en los aspirantes a reelegirse. El relato que llegó de ese suceso indica que José de León Toral con un papel y un lápiz en la mano llegó hasta donde estaba sentado Obregón, al que se acercó con el pretexto de mostrarle su dibujo, aprovechando para sacar su pistola y dispararle en la cabeza. A partir de ese hecho el que ocupa la silla presidencial es protegido por un militar asistente quien se para atrás o a su vera. A raíz de ese crimen los Presidentes a regañadientes parecieron haber aprendido la lección que el Sufragio efectivo No Reelección no es nada más un bonito lema al pie de cada escrito oficial.

En fin, es comprensible que todos los presidentes, durante el tiempo de su encargo escuchan, tan almibarados elogios, con tantos aplausos y vítores se aclaman sus decisiones, desde que son candidatos por primera vez, que llegan a creer que su permanencia es indispensable para mantener el rumbo de la nación, ya que sin ellos la república sería un caos.

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