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Elba o la cenicienta al revés

René Delgado

Salinas la ungió, Fox la consolidó, Calderón la empoderó... y, ahora, la maestra Elba Esther Gordillo duda si bailar sola o buscar nueva pareja, mientras, Enrique Peña levanta la mano pidiendo su turno y le dice con ternura: amiga. La felicidad, sin embargo, se le niega a la lideresa. No le sonríe, le hace una mueca: todos la quieren tanto como la detestan. Es el mal necesario.

La maestra satisface a su gremio y, a cambio, la estructura y la organización del magisterio le reportan innegable presencia política, importantes cuotas y posiciones de poder, insospechada riqueza económica... pero no algo que ella ansía: respeto, independencia y trascendencia. Presencia, poder y dinero no le dan eso y la vida se le va sin esa conquista. Es la cenicienta al revés: la buscan como reina y, en cuanto le calzan la zapatilla, la tratan como plebeya. Ésa es su tragedia.

*** No se trata del cuento de una esforzada maestra venida de Chiapas con una biografía plagada de cicatrices que, como pudo, escaló los peldaños de la organización sindical de su gremio hasta hacerse de ella.

No, se trata del liderazgo de la última fuerza corporativa con implante nacional que, dado el subdesarrollo de los partidos políticos y el desvanecimiento del resto de ese tipo de sindicalismo, es pieza fundamental para quien se plantea ocupar la Presidencia de la República.

Se trata de un gremio que, satisfecho en sus demandas laborales, aplica su fuerza y organización en tareas políticoelectorales hasta convertirse en una maquinaria imprescindible para quien pretende ocupar, a como dé lugar, la residencia oficial de Los Pinos.

El problema es Elba Esther Gordillo, pero también una élite política que –desinteresada en convencer, trabajar, organizar y representar a la ciudadanía y apoyarse en ella– se echa en brazos de los poderes fácticos que, primero, la amparan e impulsan y, luego, la someten y explotan a su capricho. Por eso, esa élite corteja a la lideresa cuando la necesita: le entrega cuotas de poder, le concede prebendas políticas, sacrifica en su honor instituciones, políticas y presupuestos públicos y, en cuanto puede, la vitupera y la sataniza... y, sobra decirlo, no siempre puede hacer esto último.

***

Elba Esther Gordillo es, a la vez, la bella y la bestia. Es la figura porque los otros liderazgos del sindicalismo corporativista se fueron muriendo, fueron encarcelados y desahuciados o, bien, reconcentraron su reino en la industria del ramo que controlan sin intentar expandirlo a la industria política.

No en vano el Pemexgate borró a los petroleros como fuerza política nacional. Si bien en algún momento Carlos Romero Deschamps pensó sumar la fuerza del gremio petrolero a la del magisterio, entendió que mejor era asegurar su cacicazgo en la industria sin derramarlo en la política nacional. Un patio chico, pero millonario.

Desaparecieron aquellos liderazgos corporativistas y, en su lugar, quedaron auténticas caricaturas. Ahí está Joaquín Gamboa Pascoe recorriendo como fantasma los pasillos de la otrora poderosa central obrera, administrando la ruina de un imperio. En ese sentido, la maestra es el eslabón perdido.

Una lideresa inteligente y pragmática que sobrevivió a su especie, marcada por las tragedias personales que la persiguen, afectada por su baja autoestima –la ostentación de la que hace gala en su ropa y accesorios disfraza lo que no tiene– y, sobre todo, carente de educación y perspectiva política.

A causa de esto último apadrina políticos e intelectuales para encontrar cobijo y, éstos, en cuanto satisfacen su interés, le dan la espalda. A causa de eso mismo, en los juegos de poder, se alía no importa con quien si le garantiza mayores beneficios y prebendas individuales, grupales y gremiales y acrecienta su poderío, a sabiendas de que el aliado la detesta y, si puede, terminará también por darle la espalda. Bella con los amigos, bestia con el adversario. Teniéndolos a veces por turno, la maestra va de un lado al otro del salón de la política, donde curiosamente siempre encuentra pareja para bailar un rato, una o dos piezas.

Ellos, a la postre, se van; ella se queda y... siempre aparece otro candidato.

*** Sí, Elba Esther es la cenicienta al revés... pero los príncipes, los príncipes también dan pena ajena. Los príncipes ya no gustan de los bailes de máscaras y, entonces, andan desnudos. Lo mismo les da que los secretos de Palacio se divulguen en conferencias de prensa o en cadena nacional porque, al final, no van a rendir cuentas. Si, en aras de la ambición de ocupar el Palacio, entregaron plazas y posiciones, instituciones, políticas y presupuestos, qué más da que la cenicienta los eche de cabeza. El capricho de ejercer el no poder está satisfecho.

Y este baile está por terminar. El punto es que el cuento de nunca acabar está por repetirse, aunque hay ciertas dudas. La cenicienta duda en bailar sola o en buscar pareja porque, a fin de cuentas, los que la necesitan son ellos. Sabe además una cosa: lo que decida le arrojará dividendos, aunque la detesten y al final le den la espalda. Hacerse del rogar con quien la invita a bailar eleva el precio de la pieza; bailar con su propio candidato, capaz que redunda en la posibilidad de ya no vivir de prestado.

El cuento de nunca acabar... aunque el Palacio se está cayendo y el reino desintegrando.

***

Lo importante en todo caso es qué dicen los súbditos, los electores, que no acaban de decidir si son o no ciudadanos. No se sabe si se resignan a ver desde la ventana, como convidados de piedra, el baile de la política, donde los invitados están acabando con la duela del Palacio y los campos del reino o si están resueltos a moverle el piso a los príncipes, la cenicienta y la corte que, sin disfraz, arrasan con aquello que no es suyo y de lo cual ya queda poco.

Ver sus pleitos, desfiguros y arrebatos divierte y es entretenido, la cosa es que están acabando con la vajilla que ni siquiera es de ellos.

***

Salinas la ungió, Fox la consolidó, Calderón la empoderó y, ahora, la cenicienta al revés se muestra de nuevo en el salón de baile. Hay ya quien la corteja, están también sus favoritos, pero ella, con presencia, poder y dinero, no acaba de decidir con quién bailar la próxima pieza. Poco importan los príncipes, la cenicienta, los pajes y los concesionarios… poco importa la corte. ¿Qué dicen los súbditos? ¿Quieren oír (reeligir) el mismo cuento? ¿Patrocinar con sus impuestos los bailes de Palacio?

sobreaviso@latinmail.com

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