El día de ayer, el secretario del Trabajo, Javier Lozano, anunció que durante el año pasado se incrementó el número de trabajadores asegurados en el IMSS en 730,348 personas.
Con eso, al cierre de 2010 debemos tener poco más de 14 millones 736 mil asegurados en el IMSS que son trabajadores, es decir, que no son estudiantes, jubilados, o asegurados por cuenta propia. Esta cifra es la máxima en la historia de la institución, de forma que se ha recuperado lo perdido durante la crisis. Es, sin duda, una buena noticia.
Estos empleos son formales, en tanto que todos están asegurados, característica indispensable de la formalidad bien definida. No todos son empleos permanentes, sin embargo. Poco más de dos millones, de los más de 14 mencionados, son empleos eventuales, cosa del 15%. Más de lo tradicional, aunque no mucho más. En promedio, los eventuales suelen ser 12% del total. Digamos que se han generado 3% más empleos eventuales de lo normal, cosa de 30 mil plazas, que no es nada extraordinario.
En cuanto a la calidad de los puestos de trabajo, la forma de evaluar que tenemos a la mano es el ingreso promedio. Antes de la crisis, los asegurados en el IMSS promediaban un ingreso de 3.95 salarios mínimos. Durante los primeros once meses de 2010, el ingreso promedio fue de 3.90 salarios mínimos. Tampoco es una diferencia espectacular.
En suma, efectivamente el Gobierno tiene algo para felicitarse: hay un poco más de empleos que antes de la crisis (es decir, octubre de 2008), y esos empleos son razonablemente similares en términos de permanencia e ingreso. Hasta ahí las felicitaciones.
El problema es que han pasado más de dos años de la quiebra de Lehmann Brothers, evento que desató la peor crisis financiera en ocho décadas, y aunque el desempeño económico de México no es nada malo, ni mucho menos la recuperación del empleo, los dos años implican muchos miles de personas que no han podido encontrar espacio en el mercado laboral.
De acuerdo con el mismo Javier Lozano, la cifra de empleos formales que se deberían crear es de 800 mil al año, de forma que hay poco más de un millón y medio de mexicanos que, en los dos últimos años, quedaron fuera. Se han sumado a muchos millones más que desde hace muchos años no encuentran empleo. En la década de los años setentas, cuando el despilfarro creaba empleos sin sustento, apenas se generaban poco más de 300 mil al año; en los ochentas, el promedio es de 225 mil; en la década de los noventas, de 250 mil, y en la que acaba de terminar, 220 mil. En todos los casos, me refiero a trabajadores asegurados en el IMSS.
En esas mismas décadas, la población se multiplicaba. En los setentas, 17 millones más de mexicanos; catorce en los ochentas y un poco menos en los noventas; casi 13 millones más en esta primera década del siglo (ya contando la sorpresa del censo). A grandes números, creamos un empleo por cada cinco o seis nuevos mexicanos. Y así ha sido por ya cuarenta años, que incluyen al PRI revolucionario, al PRI neoliberal, y al PAN.
Nos salvaba de una crisis social mayúscula el campo en los setentas, la informalidad y la migración en los siguientes treinta años. Hoy, según las primeras interpretaciones del censo, parece que la migración no es ya una válvula de escape, al menos no muy significativa. Y eso de seguir sumando medio millón de mexicanos al año a la informalidad tendrá que terminar en algún momento, ya no muy lejano.
Pero no se pueden generar empleos si la productividad no se incrementa. Ya hablamos de los empleos de los años setentas, que eran ficticios porque detrás de ellos no había incremento alguno de productividad. Nos ganamos una crisis de la que no hemos podido salir, bien a bien, treinta años después. Y por si hubiese duda, lo mismo les ocurre ahora a los estadounidenses, que crearon empleos igualmente ficticios en los primeros años del siglo XXI, y por eso hoy no pueden bajar su tasa de desempleo del 10%. Y en Europa, lo mismo, pero con tasas superiores.
Quienes generan los empleos son las empresas, de forma que necesitamos más empresarios si queremos más empleos. Y aunque suele decirse que la micro y pequeña empresa es importante porque da muchos empleos, son precisamente muy improductivos, y por eso la gran mortalidad en ellas. Lo que se necesita es tener empresas exitosas, sin importar su tamaño, y para lograrlo, cualquier medida que tomemos será provechosa. Es tradición mexicana despreciar a los empresarios, sin entender que sin ellos no se pueden crear empleos. Así que no tenemos más que dos opciones: o seguimos creando 250 mil empleos cada año, en promedio, como lo hemos hecho por cuarenta años, o nos decidimos a construir un entorno favorable a la creación de empresas.
Si, por algún milagro, el segundo camino es el elegido, lo que hay que hacer ya lo sabemos: reducir los trámites, incrementar la competencia, facilitar el crédito, obligar al cumplimiento de contratos, hacer flexible la contratación y despido de personal, nada muy difícil de hacer, una vez que uno se ha convencido del camino. Ahora que si seguimos pensando, como nos enseñaron los libros de texto gratuito, que los malos son los empresarios, pues habrá que ir pensando en dónde acomodar ese medio millón de mexicanos que, año tras año, no encontrarán cómo ganarse la vida en el mercado formal.
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