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Diversidad: ¿rechazo o tolerancia?

Luis Maldonado Venegas

En el esfuerzo para consolidar la Unión Europea (UE), acuerdo legítimo y razonable dadas las condiciones y exigencias de la globalización, los 27 países integrantes, particularmente los 17 que asumieron el euro como moneda común, no solamente se han topado con las dificultades derivadas de una compleja maraña de negocios, transacciones financieras, balanzas de pagos, políticas crediticias, déficit públicos o tasas de interés.

También han aflorado problemas sobre los que, en su momento, se hicieron diversas advertencias: desigual desarrollo social (naciones muy ricas asociadas con países muy pobres: Alemania y Estonia, por ejemplo), así como idiomas, religiones, culturas y niveles de educación diferentes. En este aspecto, el no financiero, no parecen haber sido suficientemente exhaustivos los criterios del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, con los que se certifica si un estado miembro tiene un alto grado de "convergencia sostenible" para pertenecer al grupo exclusivo de la UE que adoptó el euro como moneda común: la Unión Económica y Monetaria (UEM).

Es cierto que problemas como la desigualdad social y la corrupción anidan en la insuficiencia educativa y, por ende, inciden asimismo en el nivel de bienestar de un pueblo: pobreza, marginación, bajo desarrollo, violación de los derechos humanos, sistemas antidemocráticos, etcétera. Pero también es verdad que la diversidad cultural no estorba a la convivencia humana; por el contrario, la enriquece, por dispares que sean credos y costumbres.

Hay, pues, diversidad educativa y cultural en Europa y en todo el planeta. ¿Influyen negativamente estas diferencias en las relaciones internacionales? ¿En la actual situación europea?

Sí y no. Europa ha sido por siglos un territorio marcado por disparidades de toda índole. Ello explica tal vez el que hayan sido sobre suelo europeo las guerras más sangrientas de que tengamos memoria, fuese por disputas geopolíticas, fuese por el acoso del hambre y la miseria de los muchos ante la opulencia de los pocos o fuese por motivos religiosos. Hubo casos en que la frágil unidad de pueblos disímbolos se consiguió bajo poderes omnímodos: de los papas en la Europa medieval; de los zares en la antigua Rusia, de José Stalin en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o de Josip Broz Tito (1892-1980) en la vieja Yugoslavia, con su cruento desenlace, a la muerte de Tito, en la guerra de los Balcanes.

Salir del atolladero financiero en que se encuentra hoy Europa significará una victoria inconmensurable de pueblos y Estados dispares que han apostado por la fuerza de la unidad. De lo otro deben ocuparse la educación y la tolerancia. Siempre que se ha intentado suprimir la diversidad cultural con intolerancia y autoritarismo, han surgido conflictos de ingrata memoria para la humanidad.

En la diversidad cultural está el mayor patrimonio de la humanidad, no el peor enemigo. Vale para Europa. Vale para cada uno de los rincones del planeta en que vivimos.

Luismaldonadovenegas@hotmail.com

Secretario de Educación del Estado de Puebla.

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