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En cinco minutos se acabó la diversión

“Al minuto 40 comenzaron numerosas detonaciones. Nadie sabía a bien de qué se trataba, de pronto los gritos de ‘son balazos, tírense al suelo’, fue lo único que al parecer todos escuchamos y obedecimos”.

“Al minuto 40 comenzaron numerosas detonaciones. Nadie sabía a bien de qué se trataba, de pronto los gritos de ‘son balazos, tírense al suelo’, fue lo único que al parecer todos escuchamos y obedecimos”.

El Siglo de Torreón

Cuando llegamos al estadio, el sonido local ya recitaba las alineaciones del partido. Buscamos un lugar donde los rayos del sol no estuvieran sobre nuestros rostros. Como cada juego, mi padre y yo apoyamos al equipo local. Platicamos sobre nuestros trabajos y desmenuzamos las últimas noticias deportivas, es nuestro punto de encuentro para ponernos al tanto de todo lo que el día a día nos deja de lado.

Ubicados atrás de la portería que defendía Oswaldo, veíamos las acciones del partido, apenas unas llegadas de cada equipo, el juego comenzaba a mostrarse poco atractivo y sin más, al minuto 40 comenzaron numerosas detonaciones. Nadie sabía a bien de qué se trataba. De pronto los gritos de "son balazos, tírense al suelo" fue lo único que al parecer todos escuchamos y obedecimos. Afortunadamente a mi lado había como 20 lugares disponibles, y papá y yo pudimos hacerlo. Nuestros cuerpos estaban pegados al cemento caliente. Tratando de que las butacas de adelante pudieran servirnos de escudo. Yo trataba de buscar mi celular y grabar las detonaciones que parecían repercutirse dentro del estadio. Mi padre sólo me decía "no te levantes", no alcanzaba el teléfono, pero sí vi a los aficionados de sombra correr despavoridos, tirarse al piso en un afán de protegerse. Los disparos comenzaron en esa área, en la carretera Torreón-San Pedro. En la última puerta y acceso al estadio ubicado sobre esa vía.

Quizá estuvimos así unos cinco minutos. Nadie se movía, nadie corría, nadie decía nada; sólo escuchábamos las detonaciones. De pronto la balacera estaba cerca del área en donde se coloca la porra de La Komún, y todos comenzaron a ingresar al campo, a tratar de ponerse a salvo. La multitud venía hacia nosotros. Sin nada que decir, comenzaron a gritar: ¡todos corran a los baños!, y lo hicimos. Los baños se encontraban atrás de nuestros asientos, bajo la terraza del Rock Sport. Al cruzar las bancas, vi zapatos olvidados, carteras, comida y bebidas regadas. Cuando llegamos no había lugar para protegernos dentro. La gente ya los había ocupado y no podíamos ingresar. Quienes iban con niños trataban de calmarlos, muchas mujeres lloraban, hombres gritaban desesperados buscando a sus familiares, de alguna manera buscábamos calmarnos, calmar a los niños que preguntaban ¿qué está pasando? Nadie tenía respuestas, sólo la impotencia de sentirnos desprotegidos. De sentirnos dolidos por no encontrar en esa tarde de futbol el refugio que buscamos tras una semana pesada, al estrés del trabajo, a una de las pocas salidas a la violencia que vivimos.

Muchos comenzamos a tratar de marcar, pero las líneas estaban colapsadas. Mujeres rezaban, el llanto, la impotencia, el miedo, todo se respiraba en una tarde de futbol. Muchos trataban de salir y las puertas estaban cerradas. De pronto por el sonido del estadio comenzaron a decir que no lo hicieran, hasta tener más información, que nos mantendrían informados. Comenzamos a caminar para ver de cerca el campo. Estábamos en el pasillo y las indicaciones seguían. Sólo ahí me di cuenta de lo que pasaba. Abracé a mi padre y le pregunté cómo estaba. Su rostro ya estaba tranquilo. Nos informaron que permaneciéramos en el estadio. Que por nuestra seguridad así lo hiciéramos.

De pronto otra vez en el área de sombra la gente volvió a correr, a tirarse al piso. Nosotros ya no nos movimos, sólo observamos, ya no se escuchaban detonaciones. Pronto volvieron a ponerse de pie. Después de unos minutos, en el sonido informaron que no había heridos, que el incidente había sido afuera y que estaba controlado. Un poco más tarde salió Alejandro Irarragorri acompañado de Oswaldo, caminaron hasta el centro de la cancha. Irarragorri habló, dijo entre otras cosas que lamentaba los hechos, que no había sucedido adentro, felicitó a la gente por su reacción de ponerse a salvo, el juego sería suspendido, las puertas se abrirían para poder desalojar el inmueble o bien podríamos quedarnos y transmitirían los juegos que habían.

Cuando terminó de hablar, regresaron al túnel y en las pantallas se veía el juego Chivas-Monterrey. Poco a poco, todos comenzaron a salir. Nosotros esperamos para evitar el tráfico. Tratábamos de hablar por teléfono y las líneas seguían colapsadas. Apenas pude hablar con un compañero del trabajo y preguntarle qué decían en la tele, narrarle en breve lo que había pasado y decirle que tenía algunos videos por si los necesitaban.

Llegamos al carro y el tráfico era demasiado, decidimos regresar al estadio, ir al baño, platicar lo que pasó, ver los últimos minutos del juego sobre las pantallas y, por qué no, tomar fuerzas para regresar a casa y decirles que estábamos a salvo.

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Escrito en: tsm

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