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EN DEFENSA DE LO VIEJO

EL SÍNDROME DE ESQUILO

VICENTE ALFONSO

Cada vez que vengo a La Laguna tengo cuatro o cinco rituales obligados: ir a a comprar sotol, ir a un juego de los Vaqueros, a comer gordas de asado y picadillo, a las librerías de viejo que -trincheras literarias- resistieron muchos años frente al Teatro Isauro Martínez.

Entre los sucesos que nos trajo 2010 está la reubicación de esas librerías: "Otelo" hoy está por la Juárez, y "El Libro Usado" se defiende en la Galeana casi esquina con Morelos.

Ambas librerías son uno de los secretos mejor guardados de la Comarca. Si se tiene paciencia y se sabe buscar, uno encuentra tesoros en sus estantes. Ni más ni menos, esta semana me hice de una docena de libros a muy buen precio, entre ellos Ana Karenina, de Tolstoi; El Teatro de la Memoria, de Leonardo Sciascia; La Comedia de los Errores, de Shakespeare; Las Muertas, de Jorge Ibarguengoitia; El Complot Mongol, de Rafael Bernal; El Actor se Prepara, de Hugo Hiriart y Morirás Lejos, de José Emilio Pacheco.

He dedicado los últimos dos días a releer Morirás Lejos. Protagonizada por dos personajes de quienes sabemos un poco menos que lo indispensable, se trata de la novela más extensa de Pacheco, sin que ello signifique una obra excepcionalmente larga. El primero de los personajes, llamado alguien, es un hombre que lee el aviso oportuno sentado en la banca de un parque. Como el narrador lo enuncia, la presencia de alguien en ese lugar no es una adivinanza sino un enigma. ¿Qué hace en realidad ese sujeto que hojea el periódico en un espacio público, inmerso en un fuerte olor a vinagre? ¿Es un obrero sin trabajo, un delincuente sexual, un padre que ha perdido a su hijo, un amante en espera de su compañera, un detective? No sabemos.

Lo que sabemos es que alguien es observado -¿vigilado?- por Eme, un hombre que atisba tras la persiana que cubre una de las ventanas de un edificio cercano. Y entre más especulamos acerca de la identidad de alguien, más claro resulta que se trata sólo de un recurso del narrador para no tener que presentarse. Lo único real, tangible, inegable, vergonzosamente cierto en Morirás Lejos es la muerte, ya sea en la destrucción de Jerusalén por las legiones romanas o en los campos de concentración instaurados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial: hay millones de fantasmas a quiénes preguntar por ese horror.

Si las palabras son útiles para apropiarse del mundo, no tienen la misma eficacia para lavarlo. Las palabras no consiguen describir, narrar o consignar la atrocidad del exterminio. Y sin embargo, hay que hacer el esfuerzo. Pacheco y su difuso narrador dicen que así sea la billonésima vez que se narren estas aberraciones, seguirá siendo necesario recordarlas para que no se repitan. En estas fechas en que las novedades cotizan tan alto sin saber por qué, darse una vuelta por las librerías de viejo de la Comarca (repito los nombres: "El Libro Usado" y "Otelo") resulta una experiencia estimulante: con unos cuantos pesos se aseguran lecturas de primera para todo el año.

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