"Sé que la energía nuclear es más limpia que los combustibles fósiles en cuanto a dióxido
de carbono, pero no es una energía limpia."
Sheryl Crow
La generación nuclear tiene, por sorprendente que parezca, un mejor historial de seguridad que otras formas de producción de energía. La planta de Fukushima representa apenas el tercer accidente en la historia de esta forma de generación, la cual se remonta a 1960. Los otros dos fueron el de Three Mile Island de 1979 en Estados Unidos y el de Chernobil de 1986 en Ucrania, que en ese entonces estaba en la Unión Soviética.
En el primer accidente no hubo víctimas humanas. En el segundo murieron originalmente 31 personas, aunque con el tiempo el número de víctimas mortales subió a 56, según la World Nuclear Association. No hay hasta este momento ninguna muerte por las fugas de radiactividad en Fukushima.
En contraste, en Estados Unidos se han registrado más de 100 mil muertes de mineros de carbón en el último siglo. Tan sólo China tuvo en el 2004 más de seis mil muertes en la minería de carbón.
En México se suscitó el 19 de febrero de 2006 un accidente que le costó la vida a 65 trabajadores en la mina de Pasta de Conchos, en Santa Rosita, Coahuila. La tragedia fue terrible y tuvo consecuencias políticas y económicas importantes, pero nadie ha propuesto eliminar la minería de carbón. Un accidente en Laguna Verde con el mismo número de víctimas mortales probablemente habría obligado al cierre definitivo de esa planta nuclear.
Quizá la razón es que la radiactividad tiene una imagen de riesgo que rebasa con mucho la realidad. Al contrario de las muertes producidas por la minería de carbón, que sólo afecta a los mineros, la radiactividad se percibe como un enemigo invisible y misterioso que puede afectar a la sociedad en general y provocar a la gente cáncer, mutaciones y enfermedades extrañas.
Los renovados temores amenazan con detener un resurgimiento de la industria de generación nuclear de electricidad que ha sido producido por el deseo de disminuir las emisiones de contaminantes a la atmósfera y el calentamiento global. Tras los accidentes de Three Mile Island y Chernóbil hubo un virtual colapso en la construcción de nuevas centrales nucleoeléctricas, pero en los últimos años la situación ha cambiado de forma radical. Nick Butler, presidente del King's Policy Institute del King's College de Londres, señalaba este 14 de marzo en el Financial Times que más de 400 nuevas plantas han sido propuestas en el mundo, principalmente en Asia, una región con poco petróleo y cada vez más hambrienta de energía. Por lo pronto el desastre de Fukushima ha generado cuestionamientos serios a proyectos que estaban ya casi listos en Europa, particularmente en Alemania donde el gobierno de Angela Merkel buscaba disminuir la dependencia de su país del gas proveniente de Rusia.
La industria tiene otro problema además de la posibilidad de sufrir accidentes como el de Fukushima. La disposición de los residuos radiactivos sigue siendo uno de los principales lastres de la industria. Si bien estos residuos son muy pequeños, el hecho de que se mantienen radiactivos durante cientos de años es un problema que no se ha resuelto. Si bien todo el mundo quiere electricidad barata, nadie quiere vivir cerca de un depósito de residuos radiactivos.
Poco importa que la generación nuclear de electricidad tenga un mejor historial de seguridad que otras formas de generación. Tras el accidente de Fukushima podríamos ver un desplome de la industria similar al de los años setenta y ochenta.
Me dice Deby Beard, la especialista en vinos y buena vida, que un estudio de la Universidad de Pittsburgh en 2010 señaló que el resveratrol, un antioxidante que se encuentra en el vino tinto, puede ayudar a proteger el organismo contra la radiación. No sé si sea realmente cierto, pero me imagino que como medicina un buen Cabernet es más agradable que una dosis de iodo.
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