Si nos expresamos mal de la conquista española en nuestro santoral cívico no resulta nada importante la conmemoración de las gestas del pueblo Azteca. Algunos confundimos hasta las nociones; ¿Es lo mismo Aztecas, que Nahuatl, Toltecas, Zapotecas y todos los demás? Sabemos el nombre de algunos héroes y otros no tan héroes, como Moctezuma segundo, que el primero si podría ser considerado como un héroe, y se nos pierden las historias míticas en el libro de los cuentos que alguna vez nos relataron en la escuela, si es que nos la relataron como la de Quetzalcoatl.
Si esto pasa a nivel General, aquí en el norte la confusión es más terrible; por un lado ¿Pertenecimos alguna vez al gran Imperio Azteca? En segundo lugar, ciudades como Saltillo por que una de sus calles principales se llama Xicotencatl si ese es el nombre de un Tlaxcalteca, y para mayor indicación aliado de Hernán Cortés. O si se refiere al hijo, porque tal referencia, si este desertó de los ejércitos del padre sólo para ser muerto más adelante; y los que llegaron a Saltillo fueron aquellos Tlaxcaltecas que en alianza con los españoles, emigraron primero a San Luis Potosí para después una parte de ellos llegar a Saltillo y aún a Parras?
Si queremos presumir de indígenas, ¿Qué tantos conocimientos tenemos de estas etnias y la relación de unas con otras? Más allá de que los Huicholes le rinden culto al peyote y que los Raramuri andan por la sierra Tarahumara intentando vivir como desde siempre lo han hecho, luchando contra el hombre blanco para que no se acabe sus bosques.
Es demasiado complicado el conocimiento indígena y lo es porque si odiamos el Imperialismo Español, no podríamos reconocer el Imperialismo Azteca. Si odiamos las diferencias de castas, no podemos reconocer las diferencias que existían entre este gran imperio y todos los que lo rodeaban como los Tlaxcaltecas. Además, no hay manera de idealizar la forma de vida en que estos vivían, sobre todo a su religión, que es el motor directo de su crecimiento ya que el culto a los dioses los obligaba a ser un pueblo guerrero con la obligación de capturar víctimas para los sacrificios humanos.
Lo único que nos queda es la estatua del joven abuelo, Cuauhtémoc que de alguna manera u otra heredamos como imagen de aquel que vino a defender la destrucción del imperio y que murió después del intento; ni siquiera en el intento.
Y de los que lucharon para engrandecer el imperio, nada, como dice un noticiero radiofónico. Itzcoatl, (ha escuchado usted hablar de él) Moctezuma I, Axayacatl, Tizoc, Ahuitzotl, son nombrecitos que hasta nos resulta difícil pronunciarlos y escribirlos; y estos fueron los reyes del imperio Azteca que le dieron la grandeza que muchos admiramos.
Y luego eso del quinto sol que significado podría tener en la actualidad cuando estamos perdiendo toda dimensión mística. A quien le puede interesar el cuento de cómo fue creado el mundo y el hombre, la luna y el sol, como se le proporcionó el alimento, ¿Porqué somos el pueblo del maíz?
Son historias que están cada vez más lejos de nosotros, y si esas lo están, mucho más las de la tradición maya, el juego de pelota, el mito de los gemelos y sígale usted añadiendo a la colección de mitologías que las nuevas generaciones a lo mejor no conocen.
Y de ahí bajamos a los usos y costumbres; de las magníficas pirámides nos internamos a los pueblos actuales, sobre todo en ciertas regiones, como Michoacán, Oaxaca, Chiapas, y entonces nos ponemos a enumerar a las artesanías que por tradición siguen conservando los pueblos. El barro negro de Oaxaca, los árboles de la vida de el Estado de México, y Michoacán, no se diga Michoacán, primero; aquí con el orgullo de que los tarascos nunca fueron conquistados por los aztecas, segundo un mundo mágico artesanal que se extiendo alrededor de todo el lago de Pátzcuaro donde se trabajan muchos materiales de múltiples formas. Y de las artesanías, pásele usted a las fiestas y a las mayordomías, donde se refleja el verdadero sincretismo de las dos culturas: la Europea y la oriunda de este continente.
Ya a estas alturas estamos bien perdidos, porque a pesar de ser tan rica nuestra tradición y herencia cultural no la consideramos como nuestra. Las fiestas son las fiestas de esos pueblos, no nuestras fiestas como pueblos, lo mismo que nos asombramos a las creencias como si fuera algo extrañó y exterior a lo que en realidad somos, si nos hemos convertido en gente de ciudad.
Al México de la modernidad no le han dado las bases suficientes para poder reconocer en que consiste la unidad nacional. Ni españoles ni indígenas, o españoles e indígenas. No se sabe. Nuestras cabezas andan ocupadas en tras cosas. Nuestro pueblo va perdiendo la sustancia, no nos reflejamos ni siquiera en los medios de comunicación de masas, porque a alguien no le interesa. Nos avientan a la globalización haciéndonos creer que nosotros no tenemos que aportar nada al mundo globalizado, a no ser de nuestra mano de obra barata. Y el orgullo nacional ahí queda, en lo que nos van inventando, el mariachi, voz afrancesada que significa boda. (¿En los campos de Jalisco, ustedes creen que el peón se vestía a la usanza del mariachi?) Porque entramos a la música: Veracruzana, Yucateca, Chiapaneca, Sinaloense, Norteña, y toda la demás donde va quedando. Vaya usted a saber.
Como vamos a rehacer el espíritu nacional. De donde aferrarnos. Esto no surge.