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ENSAYO SOBRE LA CULTURA

NAVIDAD

José Luis Herrera Arce

La Navidad tiene múltiples contenidos culturales que han estado desapareciendo; y su lugar lo van ocupando otros usos y costumbres que ha ido implementando el liberalismo económico, quitándole, principalmente, los significados religiosos, para en su vez aprovecharse económicamente de los festejos y del florecimiento de los deseos fraternales.

Estas fechas, desde el punto de vista de la iglesia católica, corresponden a un novenario que prepara para el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios. Si lo vemos desde el punto de vista cíclico, es el inicio de un nuevo año donde se renuevan las esperanzas. Desde la edad media se acostumbró a representar este novenario, sobre todo con fines evangélicos, como se representa la Semana Santa, con el fin de que el pueblo pudiera comprender y sobre todo sentir, el gran misterio.

El nacimiento, las posadas, las pastorelas, todo tiene como finalidad preparar al espíritu para que se disponga a recibir el mensaje de buena voluntad, el de la confraternidad. Renacen por unos escasos segundos los deseos de vivir en una comunidad, y nos sentimos capaces de vencer al mal. (Eso es lo que hacen los pastores en las pastorelas, reírse del pobre diablo). Nuestras casas se visten de luces y de adornos, nuestras madres a quienes les gusta la cocina se pulen con los mejores platillos que no volverás a probar hasta el siguiente año.

Habrá una migración; los familiares volverán a juntarse alrededor de la mesa paterna. Tendremos la oportunidad de ver al sobrino, al tío, al hermano, al abuelo, sabiendo que no estamos solos y que pertenecemos a una familia; mal que bien, nuestra familia que al mismo tiempo pertenece a nuestra trascendencia.

De eso se trata de trascender; el ciclo que comienza nos promete un plus en nuestra existencia. Para el católico es la salvación. Ahora que si no lo queremos ver en esos términos, que son los verdaderos términos de esta fiesta, lo podemos apreciar en los términos de la confraternidad. La comprensión de que dependemos de los otros para poder ser felices. Con el fin de lograr eso, tenemos que vencer el egoísmo que nos hace pensar en nuestro beneficio a costa de los demás.

Pero la fiesta ha ido perdiendo sus significados para conformarse con ser la época de año en que tienes más dinero y en que se vende más. Para los niños, es también la época del año en que reciben el juguete de abolengo y de moda que no podrá recibir en ninguna otra fecha más.

Los simbolismos han cambiado. La historia ya no versa sobre el niño que nace en un pesebre. Se ha apropiado de la historia el viejo gordo que regala y que se ríe no sé de qué buen chiste que le habrán contado. Los tintes religiosos han ido cayendo en desuso, el pesebre ha cedido el lugar al árbol navideño y cada vez son más raras las piñatas con olla de barro hecha para romperse y que surjan de ellas los dulces y las colaciones.

Ya no hay peregrinos ni peregrinajes, sino fiestas como cualquier otra a la que llaman posadas como se le podía dar el nombre de aquelarres.

Me imagino que a los jóvenes poco les entusiasmará reunirse con la familia. Disfrutan más el estar con sus amigos donde nadie les llame la atención por tomar unas cuantas copas de más.

Y nos sigue preocupando regalar por la costumbre de regalar y al comercio es lo que le importa. ¿Por qué regalamos? Eso es lo que debería de importarnos, el por qué regalamos; deberíamos regalarnos, pero esto es sumamente difícil.

La opción de tener un mundo mejor es lo que representa la Navidad. Darle de nuevo un sentido a nuestra comunidad, una razón de ser, una época que se preste para pensar en los rumbos que hemos ido tomando y en lo lejos que estamos de conseguir la aspiración utópica del hombre, la felicidad.

Lo cierto es que a la Navidad cada vez le invertimos menos. Fíjese bien usted; menos casas se preocupan por los adornos, y a las autoridades no les importa propiciar un ambiente en la comunidad. Si lo que mueve a esta época es el espíritu de confraternidad, pues ese espíritu necesita su alimento, y cada vez lo alimentamos menos.

Ahora se ponen de moda las pistas de patinaje. ¿Si a Ebrad le funcionó por qué a nosotros no? Y en Tampico, también promovieron las pistas de patinaje y esto va muy de acuerdo con el simbolismo sajón del Santa Clos, el árbol, las nevadas, el invierno a aquel estilo y no a nuestro estilo. (Tampico no tiene playas, usa las de ciudad Madero y éstas estaban vacías).

La Navidad, espero, es una fiesta para convivir. Por lo menos que nos sirva para promover la convivencia, para dar la limosna que nunca damos, para saludar a los viejos amigos, para hacer ese telefonazo que tenemos pendiente, para intentar limar asperezas con las personas que convivimos, para leer los viejos cuentos que alimentan el espíritu: La Navidad en la Montaña, de Altamirano, los cuentos de O Henry (Tiene uno muy bueno sobre el tema que no me cuerdo como se llama) y también el cuento de Navidad de Dickens, y debe de haber muchísimos más.

Ahora que también podemos leer en los evangelios el pasaje del nacimiento de Jesús, que es el evento que se supone que estamos celebrando.

¡Feliz Navidad!

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