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Envejecer

Actitud, tiempo y vida

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María Elena Holguín

Muchos hablan de la vejez como una bendición, una época para compartir lo aprendido con quienes les rodean y cosechar los frutos de una vida plena. Otros temen su llegada pues la consideran sinónimo de la decadencia paulatina que los convertirá en una carga o los orillará a la soledad. ¿A qué se debe ese drástico contraste en la forma de enfrentar el envejecimiento? ¿Está en nuestras manos prepararnos para recibir de buena manera la llegada de la tercera edad?

A numerosas personas les asusta la sola idea de envejecer y dedican gran parte de su energía y recursos a la búsqueda de toda clase de tratamientos o remedios para intentar detener, al menos en lo que respecta a su apariencia, el inevitable paso del tiempo. En notable medida, la ciencia misma está enfrascada en tratar de encontrar la fórmula para alcanzar la juventud eterna.

Por otro lado, hay quienes se concentran en a vivir el presente y jamás reparan en las consecuencias que los excesos y descuidos acarrearán al final del camino.

Existen individuos que llegado el momento aceptan su vejez con pesar y resignación; otros prefieren reírse de sí mismos y de sus ‘achaques’; unos más pretenden explotar su condición bajo la careta de la desvalidez. Por supuesto, hay asimismo gente que goza al máximo el arribo de esta etapa, independientemente de si va acompañada o no de una buena salud.

Entender la senectud es un tanto complejo por la serie de condiciones físicas, emocionales y sociales que giran en torno a este periodo de la existencia, y la influencia que ejerce la historia y variedad de circunstancias en cada ser humano. Sabemos que envejecer no es cuestión de elección, ¿pero qué tanto podemos controlar la forma en la que experimentaremos esa fase, si tenemos la fortuna de llegar a ella?

¿CUÁNDO SE ES VIEJO?

El envejecimiento es un proceso de deterioro que afecta a todo el organismo; pero su evolución no es idéntica para todos. Existen algunas características fisiológicas generales, entre las que se encuentran la disminución de elasticidad, tonalidad y fuerza muscular, de rendimiento visual y de agilidad, así como de reacción refleja. Tampoco se tiene la misma asociación de ideas que cuando se es joven.

El surgimiento de estas y otras condiciones depende de muy diversos factores, algunos de los cuales no son modificables, por ejemplo la raza y la carga genética, o el medio ambiente -agresivo o benevolente- en el que transcurrió la crianza. Pero igualmente son determinantes los hábitos que cultivemos a lo largo de la existencia, por lo tanto nuestras decisiones sí influyen, en cierto grado, en la forma en que envejecemos.

Y aunque no todos envejecemos al mismo ritmo, en los países en vías de desarrollo se ingresa a la categoría de adulto mayor o senescente al cumplir los 60 años, mientras que en las naciones de primer mundo el margen se recorre a los 65. Asimismo se habla de una tercera edad o vejez que inicia en la sexta década de vida, mientras que a partir de los 80 años se cataloga la cuarta edad o ancianidad.

Hay también otro concepto que es la edad funcional: la aptitud del ser humano para mantenerse activo e integrado a su comunidad, requiriendo para ello niveles razonables de habilidad física y mental. Es durante dicha etapa en la que se puede definir una calidad de vida satisfactoria y por lo tanto crear las condiciones para envejecer de manera positiva.

LOS AÑOS Y EL CUERPO

Los humanos dejamos de crecer biológicamente a los 30 años y es a partir de entonces que se inicia una fase natural, intrínseca y universal de todo ser vivo: comenzamos a envejecer. La Biología moderna no ha podido resolver la comprensión de los mecanismos precisos por los cuales ocurre el envejecimiento. Y es que al contrario de la adolescencia, cuyos cambios son predecibles, éste implica un proceso extremadamente complejo que involucra distintos tipos de células y que a su vez es resultante de la suma de varios factores tanto internos como externos al organismo.

Todas las células del cuerpo -excepto las gametas sexuales- se multiplican por división (mitosis), pero en un momento determinado éstas dejan de duplicarse y entran en un estado de senescencia, originando alteraciones en todos los órganos y sistemas. En términos generales se establece que entre los 40 y 50 años la estatura empieza a comprimirse al ritmo de un centímetro por decenio, porque disminuye la altura de los cuerpos vertebrales y la masa muscular. Las extremidades se hacen más delgadas y se eleva la curvatura de la columna vertebral.

Debido al decremento de la proteína colágeno, la piel pierde flexibilidad y elasticidad, y aparecen las arrugas. Además conforme la gente envejece el tejido graso se deposita en el centro del cuerpo, por ello el tronco se vuelve más grueso mientras que el tejido adiposo subcutáneo se reduce. Los músculos, el hígado, los riñones y otros órganos sufren atrofia o encogimiento celular; los huesos pierden minerales y se debilitan dando lugar a osteoporosis y fracturas. Mientras que la atrofia tisular ocasiona un descenso en la cantidad de agua en el cuerpo; se calcula que en un joven el 60 por ciento del peso corporal está compuesto por agua, mientras que en ancianos es sólo un 50 por ciento.

A todos estos factores se asocia asimismo una baja en el peso, en los hombres a partir de los 50 y en las mujeres a los 70. La variación de color y espesor del cabello, uno de los signos más evidentes del envejecimiento, es causada porque los folículos pilosos dejan de producir un pigmento llamado melanina -con frecuencia las canas aparecen a partir de los 30 años. Por este mismo factor, el vello corporal se vuelve gris. Las uñas crecen más lentamente y adoptan un tono amarillento y opaco.

Las transformaciones en células y tejidos propician que los órganos del cuerpo mermen su propiedad funcional y su reserva orgánica, es decir la capacidad extra que tienen por encima de las necesidades comunes. El corazón, los pulmones y los riñones presentan los cambios más significativos. La producción de hormonas y el sistema inmunológico también se ven debilitados, lo cual da lugar a una acentuada propensión a enfermedades infecciosas.

En el sistema nervioso se reduce la irrigación sanguínea, afectando así el impulso, los reflejos y la memoria, y se presentan dificultades para el aprendizaje dando lugar a la demencia senil y el Alzheimer. Otros padecimientos comunes asociados a este desgaste son el deterioro cognitivo leve y el mal de Parkinson.

Desde luego, todas estas modificaciones ocurren progresivamente y varían en cada individuo.

LA ACTITUD Y LOS AÑOS

Una de las principales necesidades de todo ser humano es saberse aceptado, querido y con un sentido de pertenencia a algo o alguien, sentimientos en los cuales se basa la autoestima. Aunque muchos adultos mayores llegan a dicha etapa sabiéndose capaces de seguir trabajando, con vitalidad y lucidez suficientes para continuar activos, reciben un duro golpe emocional cuando la sociedad ‘les comunica’ de manera directa o indirecta que ya no los necesita: perdieron su trabajo o tuvieron que jubilarse, su familia les ha dejado de prestar atención o ya no pueden frecuentar a su círculo de amigos porque estos han fallecido.

Se considera que la depresión suele ser una condición frecuente en personas senescentes, pues en el proceso de desgaste del sistema nervioso central, el cerebro deja de tener una adecuada captura de enzimas y neurotransmisores (como la serotonina) que cumplen un papel básico en la regulación de las emociones. La depresión, al igual que la ansiedad, es uno de los factores que pueden acortar la vida si no se les da un manejo adecuado; sobre todo si durante su camino a la madurez el individuo no logró construir el cúmulo de actitudes, afectos y sentimientos positivos hacia sí mismo, los cuales sirven para hacer frente con dignidad a las contrariedades de la existencia.

Diversos estudios que se han realizado indican que las emociones positivas y negativas influyen en la salud más de lo que se suponía hace tiempo, de tal modo que si un anciano enfermo recibe además del tratamiento médico el interés y/o la atención de sus seres queridos, tendrá una recuperación más pronta. Por el contrario, si la sensación de ser relegado es constante, se proyectará en múltiples consecuencias también hacia lo físico y lo somático.

La Geriatra y Médico Internista Renata del Rocío Ávila explica que si bien las características fisiológicas son determinantes en la condición de vejez y ancianidad, es más trascendental la disposición anímica con que llegado el momento asumamos la pérdida natural de aptitudes físicas y psicológicas; incluso afirma que la actitud tiene un peso de hasta el 70 por ciento por encima de la condición física.

En este contexto alguien de 50 años puede sentirse físicamente como de 85, si a lo largo de su vida se ha distinguido por tener una postura negativa y ha conservado una visión gris y oscura de aquello que lo rodea. Por el contrario, existen hombres y mujeres que ya rebasaron las ocho décadas y ni siquiera en su apariencia muestran esa edad, pues aunque tengan algún padecimiento crónico -diabetes, hipertensión arterial, etcétera- aprendieron a ver la vida de manera distinta y disfrutan de esta etapa tal cual lo hicieron con las anteriores.

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