Andrés Oppenheimer, se propuso investigar el costo de una playera tipo Polo y descubrió que el 90 por ciento se aplica a publicidad y mercadotecnia requerida para venderla.
Es inversión para convencer que la marca distingue y reconoce a quienes la visten como "gente bien". Luego, comparando, descubrió que producirla cuesta entre el 7 y 13 por ciento del valor en que se vende y que un producto idéntico, del mismo fabricante, sin la etiqueta de marca, cuesta menos del 50 por ciento.
Cuando usted le pregunta a un joven qué automóvil le gustaría poseer, mencionará la marca de algún compacto europeo. No tiene muy claros los porqués, sólo sabe que "le distingue" entre sus compañeros ... y todos deseamos ser sobresalientes.
Con el auto requerirá de complementos "¡necesarísimos!", como: lentes oscuros de marca y temporada, un reproductor de música utilizando el 50 por ciento o menos del equipo del sonido del coche y para colmo, durante buena parte del tiempo al tenerlo encendido, lo mantendrá únicamente como música de fondo.
De primera intención, podríamos acusar a los medios de comunicación aliados con los comerciantes, cuyo único propósito es vender y hacer que circule el dinero; hay algo de razón en ello. Luego, justificar el hecho, aduciendo cuestiones de modernidad y ruptura con los paradigmas que sometieron a los más viejos.
En este juego del estilo de vida, están incluidos algunos padres de familia; hace años, uno de ellos me comentaba: -"Yo quiero que mi hijo se relacione con muchachos 'bien', por eso elegí tal institución".
"Bien" significa sean adinerados, ostentándolo en ropa, coche y electrónica de moda, aunque beban alcohol y hasta hayan consumido drogas.
De sobra conocemos que asistir a una u otra institución educativa refiere estatus del estudiante; más allá de buena o mala para facilitar el aprendizaje, son tomados en cuenta otros factores: ¿con quién se junta?, o ¿qué opinan los amigos?, generalmente menores de edad.
Tristemente, algunos empresarios de la educación conocen el fenómeno y buscan la manera de darles gusto, al extremo de atender la selección de algún entrenador deportivo por encima del profesor de ciencias exactas. También podemos citar a los "profesores modernos", que se limitan a facilitar el aprendizaje de la materia; o los administradores, que están preocupados en solventar economías.
Así, podemos encontrar otras muchas justificaciones que tienen algo de verdad, pero que dejan fuera la causa principal del problema, buscando "atender los síntomas sin conocer las causas", entre ellas: nosotros y la desatención a una de las razones fundamentales de la familia; cuidar, educar, orientar a los hijos.
Generalizar no es correcto, por ello, desde ahora, reconozco que hay muchos buenos y excelentes padres, que buscan las mejores maneras de educar a sus hijos, recordándoles que educar quiere decir: "sacar lo mejor de cada quien".
También comprendo que, en esta era posmoderna, los padres requerimos de más tiempo para el trabajo fuera de casa y la situación se complica, porque es necesario dedicarles horas y aplicación en ellas, sin ser aceptable aquello de: "yo les doy poco tiempo, pero... de calidad".
Es común escuchar justificaciones de "economía familiar" para los porqués desatendemos a los hijos y esa excusa tiene, curiosamente, relación con las bajas calificaciones. Además hay otras como desunión, conflicto marital o en casos extremos divorcios explosivos, donde sería preferible la separación y posterior atención a la familia monoparental, que continuar agrediendo a los menores que sufren las repercusiones.
La publicidad enseña a nuestros hijos a desear y poseer, teniendo que ver la soledad en que ellos toman las decisiones para establecer criterios; más preocupante, cuando buscan consejo con los amigos desorientados o mayores irresponsables y/o maliciosos.
Es responsabilidad de algunos profesores no cumplir con aquello de "profesar", que es estar a favor de lo que crees, pero claro que nosotros, los padres, fuimos los que inscribimos a los hijos en esas malas escuelas por facilidad, moda o para que el muchacho no moleste; quizá, escamoteando el tiempo que pudiéramos dedicarles.
En contraposición, también conozco a papás que atendiendo su función de educar han logrado que sus hijos no caigan en la tentación de imitar lo malo y, curiosamente, tienen altos porcentajes de éxito en su educación.
Recientemente me narraron la historia de un adolescente que pidió permiso para festejar con sus amigos en casa:
-"Sí, hasta la una de la mañana y sólo pueden beber una cerveza- respondió el papá.
El muchacho insistió pidiendo más horas y beber licor, hasta que finalmente comprendió que no lograría sus propósitos.
El resultado fue una reunión alegre y divertida; sólo uno de los asistentes se emborrachó con alcohol contrabandeado, llevándolo a casa el padre del festejado.
¿Hasta cuándo aceptaremos resistir los chantajes juveniles? Le aseguro que haciéndolo estará educando y dejando mejores recuerdos a sus hijos, para cuando "usted no esté".
Ydarwich@ual.mx