Estrés sobre ruedas
Antes, conducir o ir en el coche representaba una oportunidad para disfrutar y relajarse. Estar en camino a la escuela, el trabajo, el súper o a visitar a alguien, se vivía como un paseo. No obstante, hace ya tiempo que para muchos el solo hecho de entrar al auto provoca que el estrés comience a fluir de menos a más.
Es muy probable que los adultos recordemos aquella época en la cual subir al coche era toda una aventura gozosa. Abordábamos el auto de nuestros padres, o bien el propio, y viajábamos tranquila y serenamente por las calles. Hasta había oportunidad de mirar un poco a nuestro alrededor y quizá detener el vehículo para contemplar por unos momentos alguna casa bonita o una puesta de sol.
Todavía hace poco tiempo, los conductores solían ser corteses unos con otros y se orillaban si oían el sonido de una sirena de ambulancia o patrulla para cederle el paso.
Sin embargo, nuestras ciudades han crecido y el tráfico vehicular ha aumentado dramáticamente. La vida va de prisa y nosotros también, amén de que en gran medida hemos perdido el sentido de comunidad y solidaridad para con los demás. Transitamos por las avenidas embebidos en nuestras preocupaciones y atentos sólo a nuestros intereses y necesidades.
Y ahí vamos a toda marcha, como si la vida se nos fuera a terminar en el próximo instante. Esperamos -más bien desesperamos- y nos tornamos tremendamente impacientes mientras el semáforo anuncia el cambio de luces e incluso si podemos nos atrevemos a violar la luz roja (siempre y cuando no veamos a una patrulla cerca), sin reparar siquiera por un minuto en el derecho que tienen los peatones a cruzar y mucho menos pensamos en que al transgredir las normas de vialidad podríamos ocasionar un accidente fatal.
Manejar con gran celeridad nos hace sentir poderosos, con absoluto control sobre nuestra vida y la de los demás. Es necesario que tomemos conciencia de los efectos tan nocivos que implica para nosotros mismos el hecho de conducir siempre con urgencia, violando y violentando las leyes de tránsito y de civilidad.
LA TENSIÓN TRAS EL VOLANTE
Cuando una persona va manejando a alta velocidad todos sus músculos se tensan; de manera especial los del cuello y la parte alta de la espalda sufren contracturas; el estómago se irrita y el sistema nervioso se altera. Desde luego, nuestro estado físico impacta en el emocional y entonces nos volvemos irritables y en ocasiones violentos.
Si somos un poco observadores podremos ver que quien conduce muy rápido suele violar las reglas de tránsito y tiende a comportarse de forma agresiva con los demás automovilistas, con los peatones e incluso con las personas que van en su mismo vehículo.
Las madres de familia se tornan irascibles con sus hijos, los varones con sus esposas, y en aquellos que viajan solos es frecuente notar que golpean el volante y/o comienzan a lanzar insultos como una manifestación de desesperación y ansiedad.
Se ha vuelto cotidiano ver que un coche parece ir compitiendo con el de al lado, o ‘se le cierra’ a los demás (incluidos los transeúntes). Tal vez lo más común sea ver y/o escuchar cómo los conductores maldicen al automovilista que va delante de ellos, al semáforo, al peatón o al ciclista que lucha por alcanzar el otro extremo del crucero.
Una de las consecuencias más graves de esta situación ha sido el considerable incremento de percances viales que reportan las compañías aseguradoras. No obstante, aunque las pérdidas materiales suelen afectarnos en lo económico y repercuten seriamente en nuestro estado anímico, el problema se complica y en ocasiones se torna irresoluble cuando el accidente cobra vidas humanas, o bien provoca a otro o al propio conductor una discapacidad.
LA ALTERNATIVA
En los últimos años han surgido nuevas tendencias en relación al estilo de vida que hoy prevalece. Por ejemplo en Suecia hace muy poco tiempo se puso en marcha una estrategia a la que han denominado The slow down strategy (‘la estrategia de hacerlo todo con calma’). En cuanto al automovilismo, dicha táctica opera en contra de la forma desenfrenada de conducir tan común de las carreteras europeas.
Al manejar con prudencia es posible prever casi cualquier contingencia. Los niveles de tensión disminuyen y los órganos de los sentidos, el sistema nervioso y los reflejos permiten que el conductor reaccione de manera más eficaz y logre evitar un accidente -o por lo menos disminuir la intensidad del mismo.
‘Manejar bien’ no significa hacerlo aceleradamente, sino conocer, obedecer y respetar las leyes y normas de vialidad y seguir una conducta que demuestre urbanidad. Cuando alguien conduce correctamente, el hecho de transitar de un lugar a otro le resulta agradable e incluso le ofrece la posibilidad de ordenar sus ideas, clarificar sus sentimientos y en caso de ir acompañado, el momento se torna propicio para entablar una amena charla.
MIRAR AL OTRO
Quienes deciden conducir a velocidades moderadas y sin estrés, pueden llegar a portar una actitud de generosidad: respetar la voluntad del peatón, ceder el paso al automóvil que afanosamente trata de hacerse sitio entre la enorme fila de vehículos, y esas pequeñas acciones positivas producen sutiles sensaciones de gozo y alegría, las cuales emanan de todo acto de nobleza humana.
Conducir sin tensión nos permite sentirnos más en paz con nosotros mismos y con el entorno, a la vez que nos inclina a disfrutar del trayecto como lo hacíamos cuando éramos pequeños y nuestros padres nos llevaban a pasear. Ahora, como ayer, viajar en coche puede ser una experiencia placentera... la decisión es nuestra.
Correo-e: leonor.dominguez@iberotorreon.edu.mx