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Evaluar las estrategias contra la violencia

Las laguneras opinan

LAURA ORELLANA TRINIDAD

 D Icen que el buen planteamiento de un problema, es la mitad de su solución. Por eso, a cuatro años de implementadas las estrategias de Calderón contra la violencia y 35,000 muertos de por medio (la cantidad implicaría a toda la población de Francisco I. Madero, Coahuila) más las 145 personas que lamentablemente se agregaron a la lista esta semana, resulta impostergable parar y proyectar las cosas de otra manera. No podemos esperar dos años más para ver cuántos muertos se acumulan, cómo se cierran aún más los espacios para transitar, cuántos jóvenes se integran a las bandas de narcotraficantes para vender drogas a falta de educación o cómo, en vez de que se generen empleos, las pequeñas empresas que ya existían cierren por inseguridad o por cobros de "cuotas". Lo menos que puede hacer Calderón, como lo señaló esta semana el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, es "no equivocarse"; lo menos que puede hacer es plantear proyectos de acuerdo a la investidura y responsabilidad de ser el máximo gobernante del país y no pronunciar un tibio, muy tibio "Ya basta", que sí podemos decir los de a pie.

Es cierto: no es fácil encarar la violencia, monstruo de mil caras o en términos académicos, un "fenómeno multicausal", pero por las estrategias que observamos, pareciera que la violencia se planteara en términos ingenuos de "buenos contra malos", cuando la generación de violencia tiene aristas como la corrupción, la falta de educación, las profundas desigualdades sociales, el colapso del sistema judicial... Éstas, ¿se están atendiendo? ¿Se puede erradicar el mal y ponerle "pausa" a lo demás?

Sergio Fajardo, el exitoso político colombiano que bajó la tasa de homicidios en Medellín hace pocos años, señala que la violencia no se puede "arrancar" sin atender también las desigualdades sociales. Estos dos factores, dice, son como árboles que han crecido juntos cuyas raíces profundas ya se enlazaron, ya no sabemos cuál es de uno y cuál de otro, ya no se puede sacar uno sin el otro. Así, se tiene que disminuir la violencia y casi al mismo tiempo introducir proyectos de intervención social. Dice Fajardo: "la violencia no se acaba, eso es muy complejo, pero lo que sí podemos hacer es cada día irle quitando tajadas, quitando violencia y poniendo oportunidades. Esa es la esencia de nuestro trabajo". Me parece importante subrayar que no se propone erradicar la violencia para luego proporcionar oportunidades, sino hacerlo simultáneamente sabiendo que se va a llevar largo tiempo.

Javier Sicilia, a partir de la tragedia que sufrió hace unas semanas y ante el dolor de perder a un hijo, plantea a los criminales que regresen a sus "códigos de honor". Sin embargo, me parece que subyace la noción de que los criminales "con valores", pudieran coexistir de manera "civilizada" con el resto de la población. Me parece que tampoco esta idea ya es plausible: así estuvimos durante décadas y la violencia desembocó finalmente en lo que tenemos.

¿Cómo entender y dar solución a esta compleja cuestión? Calderón está a tiempo de evaluar su estrategia, ponerla a consideración de especialistas nacionales y extranjeros en ciencias sociales, en políticas públicas, en el sistema judicial. La sospecha de muchos es que se ha fracasado. Entonces, es tiempo de plantear nuevos proyectos y reorientar algunos de los múltiples recursos que se han destinado a seguridad pública, que según señaló antier el rector de la UNAM, José Narro, son los más altos de la historia nacional. Calderón no puede cerrarse a escuchar los clamores, ni él, ni su equipo, ni los diputados. Y más vale que quienes deseen exponerse a luchar por la silla presidencial, pongan sus barbas a remojar. La escucha ha caracterizado a los buenos gobiernos. Hace poco, la gestión del presidente Lula, en Brasil, terminó con 83.5% de evaluación positiva, algo inimaginable en México con presidentes de uno u otro partido. Él mismo atribuyó sus éxitos a los programas sociales implementados.

Yo no quiero hablar mal de México, como supongo que ustedes tampoco, pero quisiera que los niños y los jóvenes no escuchen hablar de "aquellos tiempos" en que nuestra ciudad era tranquila, cuando se podía salir a las calles o se podía tener un trabajo digno sin amenazas de ningún tipo. Ojalá todos pudiéramos cantarle a México, como López Velarde lo hizo: Cuando nacemos, nos regalas notas/después, un paraíso de compotas/ y luego te regalas toda entera/

Suave Patria, alacena y pajarera.

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