"Cuando te confrontas con inmigración multicultural, algo pasa", dijo un sociólogo noruego citado por el "New York Times"; "ese es el meollo del asunto ahora mismo, y es un gran reto para el modelo noruego". Quizá esas palabras resumen lo que muchos intuían tras los horrendos atentados de Oslo. Como ya es costumbre, sin embargo, muchos medios y analistas comenzaron apresuradamente a implicar conexiones casi automáticas entre el ascenso de las extremas derechas en Europa (que en países como Suiza alcanzan hasta 28.9% de votación, o en Noruega 22.9%), y los ataques terroristas del 21 de julio. Algunos programas de radio y tv eran inundados con explicaciones que ligaban, a su vez, la elevación de los radicalismos a partir del desempleo o la globalización, concluyendo implícitamente que quizá, sin estos dos, el terrorismo no hubiese ocurrido. Pero como nos gusta poner en cuestión lo que parece "evidente", efectuemos un breve recuento de la literatura especializada para ver dónde están las conexiones entre variables y fenómenos.
Esta cuestión ha suscitando el interés de académicos en Europa desde los 90. Las primeras investigaciones (1996) indicaban que el voto por la derecha extrema se beneficiaba de altas tasas de desempleo. No obstante, estudios más minuciosos posteriormente (2002) mostraron que el grado de desempleo no tenía un impacto significativo en los niveles de votación por estos partidos. Abonando a la confusión, nuevas investigaciones (2003) concluyeron que el desempleo siempre sí era importante, al mismo tiempo que el número de inmigrantes en el país en cuestión. Posteriormente (2008), otras variables se introdujeron y se determinó que aquellos países con fuertes estados de bienestar, o con sistemas multipartidistas, eran más propensos a la votación de extrema derecha.
Investigaciones posteriores (2009), sin embargo, han intentado un perfil de quienes votan por estos partidos. Se trata de hombres, con educación en escuelas técnicas, con salario más bajo que el promedio (no necesariamente desempleados), pero con razones para sentirse amenazados por la globalización. Esta nueva serie de estudios muestra que más que la inmigración o el desempleo, el factor determinante que incentiva el voto por la extrema derecha, es el ideológico. Cuando alguien con este perfil escucha un discurso convincente que le habla de moral cívica e identidad nacional, es más propenso a mostrar sus simpatías por este tipo de grupos políticos. De este modo, las mediciones muestran que más de 65% del discurso que estos partidos utilizan para ganar adeptos, no se sustenta en elementos económicos, sino en la moral y la identidad nacional.
A su vez, Moghaddam (2007) explicando la radicalización de actores que cometen actos terroristas, nos dice que las causas no subyacen en condiciones materiales o políticas de cierto país o región. Lo que determina el comportamiento extremo de un terrorista es su propia percepción e interpretación de estas condiciones. Cuando un individuo siente que la situación del entorno no cumple con sus expectativas y decide activarse para modificarla, pasa por un proceso en el que ensaya diversas alternativas. No es su éxito o fracaso al hacerlo, sino su propia interpretación de este éxito o fracaso lo que lo lleva a persistir en la lucha política o, frustrado, radicalizar sus posturas al grado de pensar que no queda opción sino comprometerse moralmente y atacar a los demonios, culpables (en su imaginario) de los problemas de su sociedad.
La conclusión parece obvia. Lo que ha hecho que la extrema derecha crezca no son ni la globalización, ni el desempleo, ni la migración o el multiculturalismo, como manifestaciones en sí mismas, sino la percepción que de ellas tienen algunos ciudadanos, y el discurso generado a su alrededor. La investigación confirma que esta es una lucha que se genera y se libra en el mundo de las ideas. Así que se pueden atacar los factores económicos y sociales, pero mientras haya un individuo que interprete en estos factores la raíz de las dificultades sociales, y sea capaz de esbozar un discurso convincente, habrá otros individuos dispuestos a compartir esta interpretación de la realidad. Parece entonces que el reto es, y hay que explicárselo al sociólogo que cita el NYT, no la absorción de los migrantes, sino la vigencia, viabilidad y defensa en Noruega (y muchos países más), de ese discurso de paz e institucionalidad que ha sido ejemplo para el mundo a lo largo de la historia.
(Internacionalista)
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