La Soledad de la Virgen María
(1a. Parte)
Las últimas caricias fueron las de María. Una vez bajado de la cruz y antes de ser colocado en el sepulcro, el cuerpo muerto del Hijo reposó en el regazo de su Madre.
Nadie podía negarle tal derecho a tal mujer. Dios había querido que el corazón de Cristo ensayara su primer latido en el seno virginal de María. A Ella le tocaba, también en su regazo verificar que ese corazón se había parado. La humanidad se apretó en María para darle a Dios su bienvenida a la tierra; en el Calvario volvía a apretarse en María para despedirlo.
Retornó el Hijo al regazo de la Madre. Ella nos lo había entregado a los hombres hacía sólo tres años, lleno de vigor, de gracia y de hermosura. Treinta años de cuidados maternales, de amorosa vigilancia, de consagración sin regateos, para darnos "el más bello de los hijos de los hombres".
En tres años lo habíamos consumido y estrujado. Nos bastaron tres horas para acabar con Él, rompiéndolo y desfigurándolo. María lo miraba atónita y no acababa de identificarlo: "-Lo que les entregué; y lo que ahora me devuelven". El regreso del Hijo a la Madre. Su regazo se abría como una playa acogedora para recibir en ella los restos de un naufragio; todo lo poco que quedaba luego de la Pasión, y que el mar depositaba en la playa de María.
Las manos de la Madre se dedicaron a la dulce y dolorosa tarea de recomponer en lo posible las roturas de aquel hijo hecho pedazos. Le cerró un poco más los ojos entreabiertos para que pudiera dormir mejor. Le restañó las heridas. Le alisó y ordenó la barba; y trató de componer un poco la revuelta maraña de sus cabellos.
Al fin se detuvo en una de las heridas: la del costado. No podía separar de ella, ni sus ojos húmedos, ni sus manos temblorosas. Las yemas pasmadas de sus dedos, iban y venían, suavemente, paralelas a sus bordes sangrientos, dibujando una vez más, sin cansarse, aquella hendidura misteriosa.
Bajó de pronto su cabeza y sus labios se posaron sobre los de la herida. Estaba besando el corazón del Hijo. Se detuvo un momento para escuchar su latido. Inútil. El corazón se había parado. Volvió a besar aquel misterio, mientras repetía todo lo que Ella sabía, lo que había dicho siempre, lo que constituía la definición de su vida: "Aquí está la esclava del Señor...". Porque Ella también sabía que aunque los labios y el corazón del Hijo estaban mudos, su Palabra seguía viva.
Señora de la Piedad, por tu Hijo muerto, concédeles a todas las madres, ser siempre playas abiertas, para recibir a sus hijos, vengan como vengan, después de las tormentas y los naufragios de su vida.
Y anima, Señor, a los hijos, estén como estén, a regresar a la playa de la madre. En ese regazo pueden recomponerse todas las roturas. Y si a los hijos, destrozados o malditos por la vida, nos fallara el regazo de nuestra madre por falta de comprensión o por ausencia irremediable, recuérdanos, Señora, que Tú eres siempre madre y que tu regazo es la playa siempre abierta para los restos de nuestro naufragio, por podridos y culpables que sean.
No en vano estrenaste, Señora, y ensayaste para todos los hombres la playa de tu regazo acogiendo el cadáver de tu Hijo fracasado y muerto. Tu regazo es playa, Madre, pero también es astillero, donde se recomponen los barcos y los navíos, solos y maltrechos por los temporales.
Hoy quiero traer a tu astillero la barca de tu Hijo, la nave de su Iglesia. Calafatea su casco, endereza el timón, pone en norte la brújula, planta bien los palos y recose las velas. Ya lo has hecho mil veces. Que sea otra vez más. Ayer, por tu Hijo. Hoy, por tu Iglesia. ¿No son lo mismo? Y tú siempre, la piedad, con tu regazo abierto.
1. Hoy, Madre, nadie pudo conciliar el sueño esta noche. Ni los hombres, ni las casas, ni los animales, ni los árboles; ni siquiera las piedras y las rocas consiguieron entregarse al sueño.
Todos los ojos mantenían sus pupilas dolorosamente abiertas, iluminadas por la luna. Y de muchos ojos rodaban, grandes y calientes, lágrimas irrestañables. Aquella noche un rocío insólito, tibio y amargo, cubrió todo el universo: la creación lloraba por el fracaso y el entierro de Dios.
Lloraban los leprosos, los ciegos, los paralíticos. ¿Quién los curará? Les habían enterrado su salud. Lloraban los pecadores, los publicanos y las prostitutas. ¿Quién los perdonará? Nadie podrá llenar el hueco que quedaba vacío en su mesa, a la que se sentaba para comer con ellos.
Lloraban los esclavos: la libertad tenía sepulcro. Y los débiles: la mano que les alzaba yacía impotente y rota. Y a los pobres -pobres ya sin remedio- les acababan de secuestrar, enterrándolo, el Reino de los Cielos. Lloraban los novios: ahora sí que va a faltar el vino de las bodas. Lloraba el lago de Tiberiades. ¿Será mentira que caminó sobre el cristal del agua? ¿Mentira que le gritó a la tormenta y ella obedeció? ¿Mentira que multiplicó en su orilla los panes y los peces? ¿Mentira? Yo lo vi. Yo lo vi. Lloraba el nardo. Le han partido los pies que yo besé. Lloraban el vino y el pan. Ya no seremos nunca más su carne y su sangre.
Y los niños que Él besó y acarició no podían dormir esa noche y también lloraban. ¿Qué te duele, hijo? No lo sé, mamá; me duele todo... Continuará...
Decía Jesús, "No me digas que me amas, dime cómo vives", "La familia que reza unida, permanece unida". Iniciativa laguna un proyecto de valor y de valores de los laguneros y para los laguneros y el Mundo! Lo invito a visitar mi blog en donde encontrará más artículos de su interés, esta semana: "Jesús es la... RESURRECCIÓN Y LA VIDA!". www.familia.blogsiglo.com
"QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR".