LA SOLEDAD DE LA VIRGEN MARÍA (Segunda parte)
Continuación...
Y, sobre todo, lloraba María. Ya no podía ver esos ojos brillantes y llenos de luz y cariño. Ya no podía oír esa voz dulce y pacificadora. Y ya no podía sentir las manos de su Hijo cuando la abrazaba a Ella todos los días. Ya no podía verle correr con ese paso sereno y seguro. Ya no podía ver sus cabellos ondulantes por el viento. Ya no podía experimentar el calor del corazón de su Hijo contra su pecho materno. Ya no podía ver a su Hijo sentado en la mesa, hablándoles de los tesoros de su corazón. Perdió a su Hijo queridísimo.
2. María sufre la soledad. Cuando uno pierde un ser querido sufre la soledad. María cruzó el túnel oscuro de esta situación humana que se llama soledad. Veamos cómo ella vivió esta soledad para seguir su ejemplo.
Vivió la soledad física. Esa ausencia de compañía humana, porque murió su Hijo. ¿Cómo y con qué podrá llenar ahora ese vacío que ha dejado la ausencia de su hijo? Su Hijo le dejó en su lugar a Juan, como guardián e hijo adoptivo. Ella ama intensamente a Juan, pero no es lo mismo: su hijo es su hijo, y no puede ser sustituido por nadie, por muy bueno que sea. Esta soledad física no se cura con la compañía física de otras personas. La soledad y el desconsuelo que sufre María no son fáciles de aliviar con palabras ni con remedios externos.
Vivió la soledad psicológica. Consiste en sentir o percibir que las personas que me rodean no están de acuerdo conmigo o no me acompañan con su espíritu, que están a años leguas de mi espíritu, no comparten mi fe y mi amor. A pesar de la compañía de Juan y de las otras mujeres, María se siente inmensamente sola. Esta soledad proviene del darse cuenta de que la mayoría no ha captado como ella la necesidad de la muerte de su hijo: es una soledad llena de hostilidad por parte de los escribas y fariseos, que seguían viendo con malos ojos a cualquiera que hubiera formado parte del grupo de Jesús. Siente la misma soledad psicológica que sintió su Hijo frente a la multitud de gente a quien curó. ¿Dónde están ahora todos ellos? ¿Tan pronto han olvidado los beneficios recibidos? ¿Dónde han quedado los frutos de su predicación? Ni sus mismos apóstoles captaron el sentido de la misión de Jesús. Todos estos interrogantes acongojan el corazón solitario de María. Fray Luis de Granada expresa así esta soledad: "Oh dulcísimo hijo mío, ¿qué hará sin ti? Tú eras mi hijo, mi padre, mi esposo, mi maestro y toda mi compañía. Ahora quedo huérfana sin padre, madre sin hijo, viuda sin esposo y sola sin tal maestro y tan dulce compañía. Ya no te veré más entrar por mis puertas cansado de los discursos y predicación del Evangelio. Ya no limpiaré más el sudor de tu rostro asoleado y fatigado de los caminos y trabajos. Ya no te veré más a mi mesa comiendo y dando de comer a mi alma con tu divina presencia. Ya no me veré más a tus pies oyendo las palabras de tu dulce boca... Hoy se acaba mi alegría y comienza mi soledad".
Vivió la soledad espiritual. Esa soledad que experimenta el alma frente a Dios, cuando parece que Dios nos abandona y nos deja solos frente a nuestros problemas y angustias; la soledad de quien sabe que sólo él y nadie más que él debe responder un sí o un no libres, ante Dios. Jesús la experimentó en Getsemaní y en la cruz. También María experimentó esta soledad espiritual: tuvo que enfrentarse sola a la responsabilidad de ser madre y sus consecuencias. Ahora, después de muerto su Hijo, debe afrontar ella sola el dolor y el sufrimiento, la ignominia de ser madre de un crucificado. La espada de dolor y soledad está penetrando ahora más que nunca hasta herir las fibras más sensibles del corazón. Y Dios, ¿por qué callaba? ¿Por qué no me consuela? ¿Me has abandonado?
Vivió la soledad ascética. Es el clima interior que consigue el alma, como fruto del esfuerzo personal de aislarse de las personas, acontecimientos, cosas, gracias al desprendimiento, recogimiento y el sacrificio. Esta soledad no es aislamiento infecundo, por despecho del mundo; sino posibilidad para un encuentro más íntimo con Dios, para darle todo el ser. Es la soledad de quienes optaron por una vida consagrada o sacerdotal. Soledad ascética como condición para que Dios sea mi única compañía invadente y profunda. María la vivió. Por eso meditaba una y otra vez todas las cosas en su corazón. Esta soledad ascética es una soledad fecunda: cuánto acumulamos de Dios para darlo a las almas; cuánta paz para transmitirla a los demás; cuánta luz y consejo para iluminar tantas conciencias... Y todo, gracias a esta soledad ascética. Respeten mucho esta soledad de las almas consagradas. Esta soledad es soledad activa y serena, porque estoy con Dios, viviendo en su regazo.
3. Por eso, hoy, día de la gran soledad de María, hay que darle nuestro más profundo pésame.
Nuestro pésame, María, por la pérdida de tu Hijo, nuestro hermano mayor. Por haber perdido la luz de tus ojos; el amor de tu corazón; la alegría de tu casa; el consuelo de tus penas. Pésame, María, porque perdimos el Camino, la Verdad y la Vida. Pésame, María, porque enterramos la Palabra eterna y vivificadora.
Pésame y perdón, María. Y aquí nos tienes. Tú Hijo nos encomendó a Ti ¿No aceptas, a pesar de todo? Volvemos a tu regazo, tristes y arrepentidos. Y, ¡ánimo, María! Tu Hijo dijo que resucitaría. Ten esperanza y sostén la nuestra, que está débil y titubeante.
Decía Jesús, "No me digas que me amas, dime cómo vives", "La familia que reza unida, permanece unida". Iniciativa laguna un proyecto de valor y de valores de los laguneros y para los laguneros y el Mundo! Lo invito a visitar mi blog en donde encontrará más artículos de su interés, esta semana: "Jesús es la... Resurreccion y la vida!".
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"QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR".