DESPERTAR... ES "Un mensaje de Urgencia"
El 4 de julio se apareció de nuevo para explicar el mensaje del estandarte que San Miguel les había mostrado. Les dijo que no revelaran este mensaje hasta el 18 de octubre. Como se prometió, el mensaje fue comunicado a la muchedumbre reunida en octubre de 1961 "deben hacer muchos sacrificios, mucha penitencia y visitar el Santísimo Sacramento frecuentemente, pero primero deben llevar vidas buenas, si no un castigo les acaecerá, la copa ya se está llenando, un gran castigo vendrá sobre ustedes si no cambian". Más de mil doscientas apariciones ocurrieron en Garabandal entre 1961 y 1965, estas apariciones incluyeron también muchas manifestaciones físicas y espirituales. Todas las apariciones eran anunciadas a las niñas con anticipación por tres llamadas interiores que ellas describen como tres gozos, el primero era leve, el segundo era más intenso y el tercero era tan fuerte que tenían que correr a toda prisa a donde sabían que nuestra Señora estaba esperando. Aun cuando corrían desde diferentes partes de la aldea llegaban al lugar destinado al mismo tiempo, caían luego de rodillas en estado de éxtasis y duraba éste desde varios minutos hasta varias horas. No siempre presenciaban las apariciones juntas. Las apariciones iban acompañadas de muchos otros fenómenos sobrenaturales que retaban las leyes naturales, como levitación, caídas estáticas en posiciones como estatuas hermosamente esculpidas y que a cuatro doctores les fue imposible moverlas, sin embargo las niñas podían levantarse unas a otras tan fácilmente como una pluma para poder alcanzar a darle un beso de despedida a la madre bendita. Se les podía ver caminando hacia adelante o hacia atrás sobre un terreno rocoso, con la cabeza volteada hacia arriba y los ojos fijos en el cielo. En días cuando no había sacerdote en la aldea, San Miguel Arcángel daba a las niñas la Santa Comunión, la cual les era visible sólo a ellas.
Muchas apariciones a lo largo de la historia han acontecido, sin embargo para nuestro pueblo mexicano y para otros de Latinoamérica, un hecho relevante fue el ocurrido en una madrugada del sábado doce de diciembre de 1531. Diez años después de haber sido tomada la Ciudad de México, cuando se había suspendido la guerra y hubo paz entre los pueblos de aquel entonces ya que nuestro pueblo había sufrido mucho. Entonces comenzó a brotar la fe y el conocimiento del verdadero Dios por quien vivimos. En aquel entonces un indio, de nombre Juan Diego originario de Cuautitlán se dirigía a la Ciudad de México para su crecimiento espiritual, al cultivo divino y sus mandatos. Al llegar al cerro del Tepeyácac ya amanecía y oyó unos cantos arriba en el cerro: parecían cantos de pájaros preciosos; a veces callaban los cantores, parecía que el monte le respondía, era un canto suave y delicado. Estaba extasiado, cuando hacia el oriente, de donde venían los cantos se hizo un silencio absoluto y escuchó que le hablaban y le decían: "Juanito, Juan Dieguito". Se atrevió a ir donde le llamaban, no se sobresaltó, al contrario, muy contento subió presto el cerro, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora (ésta fue la primera aparición de la Virgen María), que estaba allí de pie y le dijo que se acercara. Cuando llegó a su presencia se maravilló al ver su sobrehumana grandeza; su vestidura era radiante como el sol. Se inclinó ante ella y se oyó su palabra blanda y cortés, como quien te estima y te quiere mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?". Él respondió: Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor.
Entonces Nuestra Madre Divina le habló y le manifestó su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mí clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído. Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo".
Juan Diego le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo". Luego bajó, para ir a hacer su mandato; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.
Entrando en la ciudad se dirigió inmediatamente al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, el obispo había mandado que entrara.
Estando frente al obispo, Juan Diego se inclinó y arrodilló ante él; le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuánto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito y le respondió; "Otra vez vendrás hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensare en la voluntad y deseo con que has venido".
Juan Diego salió y se fue triste, porque de ninguna manera se realizó su mensaje.
En la segunda aparición, se vino derecho Juan Diego a la cumbre del cerro en busca de la señora del Cielo, que lo estaba esperando en el mismo lugar. Al verla se postró y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas. Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato: aunque con dificultad entre a donde es el asiento del prelado, le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste, me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: 'Otra vez vendrás; te oiré más despacio...' Comprendí perfectamente en la manera como me respondió, que piensa que quizás lo inventé yo todo y no es orden tuya. Por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecito, soy un cordel, soy una escalerita de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesar y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía".
Entonces Nuestra Madre Bendita le dijo: "Oye, hijo mío el más pequeño, te entiendo que son muchos mis servidores y mensajeros, a quien puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte de mi nombre y hazle saber que entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen María, Madre de Dios, te envía".
Juan Diego entonces le dijo: "Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción, de muy buena gana iré a cumplir tu mandato, de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré hacer tu voluntad, pero acaso no seré oído con agrado, o si fuera oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado".
Al día siguiente muy de madrugada se vino Juan Diego a Tlatilolco a instruirse de las cosas divinas y ver de nueva cuenta al prelado. Casi a las diez, se presentó después de oír misa en el palacio del señor obispo. Apenas llego puso todo su empeño para verlo, otra vez con mucha dificultad lo vio: se arrodilló a sus pies, se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo, que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.
El señor obispo, para cerciorarse, le pregunto muchas cosas; donde la vio y como era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Pero aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía, que además, era muy necesaria una señal, para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.Continuará...
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Decía Jesús, "No me digas que me amas, dime cómo vives", "La familia que reza unida, permanece unida", "Sígueme este domingo a Misa". Iniciativa Laguna un proyecto de valor y de valores de los laguneros y para los laguneros y el Mundo! Esperamos como siempre sus comentarios en: despertar_es@live.com. Lo invito a visitar mi blog en donde encontrará más artículos de su interés. www.familia.blogsiglo.com
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