DESPERTAR...ES
"Un mensaje de urgencia"
En la segunda aparición a Juan Diego de la Virgen Santísima, éste fue nuevamente con el obispo don fray Juan de Zumárraga a expresar la voluntad de Nuestra Señora, y éste al escuchar su relato y ver los detalles que narraba, sin dudar, ni retractar nada, mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quien podía confiar, para que lo siguieran y vigilaran para ver a dónde iba y a quién veía y hablaba, y así se hizo.
Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada, seguido por quien el obispo había mandado, pero al llegar al puente Tepeyácac, lo perdieron, y aunque lo buscaron no lo vieron más. Así que se regresaron a informar al obispo, sugiriéndole que no le creyera, que soñaba lo que veía y pedía y que si volvía lo debían coger y castigar con dureza para que nunca más mintiera y engañara.
En la tercera aparición, Juan Diego llego con la Santísima Virgen, le dio respuesta del obispo y le dijo: "Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido, con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has impedido; vete ahora, que mañana te aguardo".
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió, pero era muy tarde, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría.
El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote, y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerro del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: "Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora y en todo caso me detenga para que lleve la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al sacerdote, el pobre de mi tío lo está aguardando". Luego dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.
En la cuarta aparición, Juan Diego pensó que por donde dio la vuelta no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerro y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: "¿Qué hay, hijo mío, el más pequeño? ¿A dónde vas?"
¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó? Juan Diego se inclinó ante Ella y le saludó, diciendo: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está por morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar a uno de tus sacerdotes amados de nuestro Señor para que vaya a confesarle y disponerle, porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname, tenme por ahora paciencia, no te engaño, Hija mía la más pequeña, mañana vendré a toda prisa".
Lo escuchó la Virgen con toda paciencia y atención, respondiéndole: "Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa, no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella, está seguro de que ya sanó". (Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho, quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo a llevarle alguna señal y prueba, a fin de que le creyera.
La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerro, donde antes la veía. Le dijo: "Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerro, allí donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores, córtalas, júntalas, recógelas, en seguida baja y tráelas a mi presencia".
De inmediato subió Juan Diego al cerro y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo, estaban muy fragantes y llenas de rocío de la noche, que semejaba perlas preciosas. Empezó a cortarlas, las juntó, las puso en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar, la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: "Hijo mío, el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ellas mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo, dirás que te mandé subir a la cumbre del cerro que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido".
Después de que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino a México. Ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos y gozándose de la fragancia de las variadas hermosas flores.
Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era inoportuno y además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento. Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, sin hacer nada, por si acaso era llamado, y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran diferentes rosas de castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas, pero no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cocidas en la manta.
Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle. Cayó al oírlo el señor obispo en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.
Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado y también su mensaje. Dijo: "Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traer alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto se cumplió: me despachó a la cumbre del cerro, donde antes yo la veía, a que fuese a cortar varias rosas de castilla. Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerro no es el lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé, cuando fui llegando a la cumbre del cerro miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.
Continuará...
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Decía Jesús, "No me digas que me amas, dime cómo vives", "La familia que reza unida, permanece unida", "Sígueme este domingo a Misa". INICIATIVA LAGUNA un proyecto de VALOR y de VALORES de los laguneros y para los laguneros y el MUNDO!!! Esperamos como siempre sus comentarios en: despertar_es@live.com .Lo invito a visitar mi blog en donde encontrará más artículos de su interés. www.familia.blogsiglo.com