Faro del arte moderno: Tate Modern
El Tate Modern es el tercer museo más visitado del mundo, así como la punta de lanza en el panorama del arte moderno. Con pocos años de existencia el recinto ya representa una referencia ineludible para entender las expresiones artísticas del siglo XX.
Quienes busquen certezas pueden peregrinar a la Capilla Sixtina, elevar la mirada y extasiarse boquiabiertos; el arte de siglos pasados siempre será una apuesta segura, pero el moderno es otra cosa. Pensemos por ejemplo en la pieza de Doris Salcedo titulada Shibboleth (2007), una cuarteadura de 167 metros de largo tallada en el piso de la Turbine Hall, la sala más grande del museo Tate Modern. Shibboleth es una palabra judía que remite al habla de los forasteros. Es una visión plástica de las muchas zanjas idiosincrásicas. Pero un espectador promedio preguntará: ¿esto es arte? ¿En serio? Todo es cuestión de espacios y parámetros. Suponemos que lo es porque está en un recinto cuyos criterios son establecidos por historiadores, curadores, creadores y críticos, quienes efectivamente consideran que una grieta es una idea que vale la pena financiar y presentar. Puesta al público, comienza la discusión entre especialistas y profanos. La obra se edita en catálogos y aparece en los medios de comunicación. Los espectadores salen de su zona de confort, entran en el debate y más aún, acuden en masa al museo para presenciar el espectáculo vivo del arte contemporáneo. Popularidad, polémica y dinero: misión cumplida.
En este contexto, el Tate Modern surgió de la necesidad de dar cauce al polifacético discurso artístico de nuestros tiempos.
Podemos decir que tuvo un dulce comienzo. En 1872 el próspero empresario Henry Tate compró la patente del método para fabricar cubitos de azúcar. Este hombre discreto y generoso con sus trabajadores, pronto se convirtió en multimillonario. Su amor por las artes lo hizo un filántropo natural que invirtió fuertes cantidades de dinero en proyectos culturales y educativos. En 1897, como un gesto en honor del empresario, la National Gallery of British Art tomó el nombre de Tate Gallery (de ahí que a la fecha muchos le conozcan como ‘la’ Tate Modern, aludiendo a su origen como galería).
A lo largo de los años el proyecto Tate se ha diversificado con dos sedes, Tate Liverpool y Tate St Ives, y ha ganado notoriedad mundial con la implementación del Turner Prize que se otorga a creadores británicos menores de 50 años.
En 1992 se anunció la necesidad de abrir una nueva sede que albergara y diera sentido e identidad a la muy vasta colección de arte contemporáneo de la Tate Gallery. Y es que la acumulación de corrientes, estilos, materiales e ideas del legado del siglo XX tácitamente imponen al museo la tarea de ofrecer un marco que permita entender la abrumadora cantidad de información vertida por los artistas que continuamente rompen moldes, generan paradigmas y replantean sus objetivos. Era necesario edificar un recinto que ofreciera un esquema completo con archivos, servicios educativos y espacios para el debate que a su vez abrieran un margen para ofrecer al público las lecturas cambiantes del arte actual. Tal vez no sea exagerado pensar en el museo como un cerebro en donde se ordena el caos de la modernidad.
EL EDIFICIO
Para el nuevo hogar del Tate se eligió a la enorme central de energía de Bankside, abandonada desde principios de los ochenta y ubicada en una zona céntrica de Londres. Se convocó a un concurso internacional de arquitectura a fin de remodelar el lugar, resultando ganador el despacho suizo Herzog & de Meuron, que planteó una propuesta contundente en su simplicidad y respeto por la estructura original de la central, ubicando su sala de turbinas como un área de exhibición de grandes dimensiones iluminada con luz natural. La construcción del Tate Modern tomó tres años, de 1996 a 1999 y fue inaugurada por la reina Isabel en mayo del año 2000.
El proyecto comenzó con el pie derecho: las expectativas oficiales eran recibir cerca de dos millones de espectadores por año, pero en un ciclo de cinco años fue visitada por más de 20 millones de personas.
La extraordinaria afluencia aunada al aumento de su colección obligó a plantear una remodelación que ampliará sustancialmente el espacio de exhibición y permitirá la presentación de sofisticadas propuestas multimedia. Tal reestructuración está prevista para inaugurarse en 2012, en el marco de los Juegos Olímpicos de Londres.
Como en el caso del Museo Guggenheim de Bilbao, el Tate Modern sirvió para dar empuje a un entorno urbano deprimido, en este caso la citada área de Bankside que con la presencia del museo, el Globe Theatre y el puente del Milenio se convirtió en una zona cotizada y pujante. La cuidadosa y planeada inversión en bienes culturales demostró ser mucho más que una labor de adorno y amor a las artes, traduciéndose en fuertes ganancias políticas y económicas.
Antes del Tate Modern, la balanza del arte nuevo se inclinaba hacia Nueva York y la colección Guggenheim. En Francia, el Centre Georges Pompidou presentaba un contrapeso europeo a la hegemonía cultural que Estados Unidos había planteado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La vida cultural de un país encarna también un eje estratégico de liderazgo y la llegada del Tate Modern no es casualidad. La primacía británica en el arte contemporáneo implica apertura democrática, deseos de experimentación, integración de nuevas tecnologías y sobre todo estar a la vanguardia de la moda. La innovación es política de estado y hoy los ojos del todo el planeta voltean a Londres.
LA COLECCIÓN
No obstante lo anterior, un esfuerzo económico y mediático como el planteado por el Tate Modern no serviría sin un respaldo real en su colección. En este punto hablamos de palabras mayores, ya que posee piezas de los autores más importantes del siglo XX: Picasso, Bacon, Dalí, Warhol, Rothko, Beuys. Para ofrecer una lectura de este variado acervo presenta guiones donde analiza las primeras vanguardias del siglo pasado, el arte abstracto, el conceptual, el surrealismo y las tendencias actuales. Traza una línea que parte de Monet y el fin del impresionismo, recorre la explosión creativa y la rebelión propiciada por la Primera Guerra Mundial y llega hasta la producción de nuestros días.
Al revisar su catálogo parece no faltar ningún nombre y el recorrido por sus salas ofrece el privilegio de observar las mejores obras que han resultado de los convulsos movimientos del arte durante el último siglo. La solidez de su colección permanente se complementa con las exposiciones temporales que van de magnas revisiones de autores como Mark Rothko o Cido Meireles, hasta las muestras anuales emplazadas en su sitio clave: la sala de turbinas.
Este descomunal espacio fue inaugurado con una pieza de la legendaria escultora Louise Bourgeois, recientemente fallecida. Le han seguido obras de Juan Muñoz, Bruce Nauman, Anish Kapoor y Olafur Eliasson, entre otros. En ese ciclo se incluye la cuarteadura de Doris Salcedo y una creación sobrecogedora: Cómo es (2009), de Miroslaw Balka, la cual emplaza un vagón descomunal de acero que claramente remite a los trenes que arribaban a los campos de concentración.
Un espacio para admirar el arte, reflexionar, seguir la moda y las últimas tendencias, polemizar y disfrutar de un planteamiento arquitectónico extraordinario, el Tate Modern es efectivamente un faro que señala los puntos de referencia y las líneas que definen el arte actual. Y es que navegamos en las aguas agitadas de lo interdisciplinario, de la tecnología que se hibrida con lo artístico, de los experimentos sociales, las denuncias, la ironía y el análisis crudo de aquello que llamamos belleza o nos atrevemos a denominar arte. Son terrenos inestables y fascinantes.
El Tate Modern es una parada obligatoria para quien encuentre en el arte la oportunidad de poner a prueba su intelecto y su imaginación, en busca de esas nuevas fronteras que sólo las creaciones modernas se han atrevido a explorar.
Correo-e: cronicadelojo@hotmail.com
TATE MODERN EN LA RED
www.tate.org.uk/modern