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Feísmo

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Adela Celorio

El espectáculo de lo bello, en cualquier forma que se presente, levanta la mente a nobles aspiraciones.

Gustavo Adolfo Bécquer

Libre y sensual, prende Ricky Martin a casi 15,000 fans que aullaron al unísono en el Palacio de los Deportes de esta capital. “Muchas gracias por estar aquí, esta es una noche mágica para mí, ha pasado mucho tiempo desde la última vez y quiero dejarles claro que voy a dejar mucha mierda en este escenario”, ofreció el cantante, y las 15,000 voces del abigarrado público aplaudieron húmedas y emocionadas. Eróticos movimientos de pelvis e insinuaciones a sus bailarines fueron algunas de las herramientas del artista para mantener a hombres y mujeres al borde del orgasmo. Mientras se cambiaba de ropa, se proyectó un video en que el artista aparece desnudo. Las y los fans en el éxtasis gritaban y las parejas de gays bailaban en total frenesí. En otro escenario un grotesco personaje que se hace llamar Lady Gaga, cuyo arte consiste en sorprender con excentricidades como vestirse con trozos de carne sangrante, ha resultado ser la cantante más exitosa del año. La tal Gaga, además de ser una máquina de hacer dinero, es también un personaje ejemplar para los miles de jóvenes que la siguen y la adoran.

Parece que para satisfacer a un multitudinario público sediento de feísmos no basta con cantar y bailar, es necesario tocarse los genitales o comer ratas en el escenario. El gusto de cada uno es incuestionable y en este tiempo en que todo es relativo, no se puede afirmar que algo es feo o bonito. Tenemos que aceptar que lo que diga la mayoría es la verdad; aunque no deja de sorprenderme que un artista ofrezca mierda a puños y la gente aplauda a rabiar.

Debe ser porque yo vengo de un tiempo en el que los cantantes cantaban sin más recurso que una voz privilegiada. La gordofobia y la anorexia eran inexistentes y todos hacíamos nuestro mejor esfuerzo para que la vida fuera bonita. Procurábamos una presentación impecable que nada tenía que ver con los kilos y mucho menos con la marca o el precio de la ropa, sino con la pulcritud y la dignidad con que se llevaba. El brasier y los calzoncillos eran prendas pudorosas e invisibles. La rasgadura de un pantalón marcaba la muerte súbita del mismo. La cama y todo lo que tenía lugar entre las sábanas, pertenecía al ámbito de la intimidad. Bañarse, vomitar o defecar en la taza del baño, eran acciones que tenían lugar siempre tras una puerta cerrada. Los partos eran un asunto que se tramitaba solamente entre partera y parturienta, lo más que mostraba el cine era el momento en que alguien pedía agua caliente y sábanas limpias. En nombre del espectáculo y contra todo sentido estético, el cine y tele de hoy exhiben parturientas que en posición ginecológica sudan, jadean, y salpican de sangre la pantalla. Da pena porque cuando lo íntimo se exhibe de manera pública y vulgar, se convierte en pornográfico.

Creo que la sexualidad es el exquisito regalo con que Dios quiso compensarnos por las inevitables tribulaciones que nos impone la vida. Las preferencias sexuales de cada cual son personalísimas y respetables, lo que desagrada es la vulgaridad, el exhibicionismo, y sobre todo el feísmo con se expresa hoy la sexualidad. Aunque juicios de valor como feo o bonito son discutibles; cuando escucho a un artista ofrecer a su público mucha mierda, no puedo evitar preguntarme: ¿ay, por qué tan feo? Es inevitable que nos alcance la fealdad, pero procurarla y pagar por ella es otra cosa.

Todos conocemos el poder mágico del decorado para crear estados de ánimo especiales, tanto en el escenario como en la vida misma. ¿Cuál será el estado de ánimo que crean en las nuevas generaciones los alucinantes decorados de hoy?

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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