Nacional Claudia Sheinbaum Seguridad Narcotráfico Generación Z Pensión Bienestar

Fíjese que arde un ingo...

El filósofo de Güémez

RAMÓN DURÓN RUIZ

De los niños y de los sabios abuelos, que son los mejores maestros en la vida de este viejo filósofo, he aprendido que en la vida no hay magia, hay magos, y una forma de aprender a ser mago es vibrando con el poder que generan el amor y el humor.

El amor es una emoción primaria, que te conecta con la fuente de la divinidad, al hacerte humilde te aleja del ego, te enseña a ver la vida no como un problema por resolver, sino como un espacio para gozar, disfrutar y crecer.

El amor transforma tus pensamientos, mejora tu vida, te enseña que todo está hecho para tu natural crecimiento; te lleva -como los buenos marineros-, a ver que todo viento siempre es a tu favor. Cuando te das permiso de vibrar con la fuerza del amor, creas una armonía en el entorno de tu vida y un incomparable estado de bienestar en la salud de tu mente y cuerpo.

En tanto que el humor, te enseña que nadie, absolutamente nadie, vino a esta carnalidad con el objetivo de atesorar fortuna, sino con la misión de ser feliz, y el humor es el camino de la alegría para tu corazón, porque es una emoción que al nacer del fondo de tu alma, redescubre el poder de tu vida.

Cuando gozas del poder terapéutico del buen sentido del humor, recuerdas la frase de Facundo Cabral: "de la cuna a la tumba es una escuela, eso que llamamos problemas... son lecciones", y el humor te lleva a aprender y sacar lo mejor de cada una de ellas.

A propósito de lecciones, quiero parafrasear un viejo chiste, porque me he dado cuenta que cuando llegas a un consultorio médico -pareciese que siempre sucede lo mismo-, la recepcionista te pregunta en voz alta el motivo de tu visita y obviamente, tú tienes que contestar en voz alta -delante de todos los demás pacientes y sus familiares-, el porqué de tu visita al doctor.

Cierto día, el viejo filósofo de Güémez llegó a un consultorio médico, después de tomar su sombrero con la diestra, saludó a todos los presentes y amablemente se acercó a la recepcionista; quien tenía cara de pocos amigos o como dicen en Güémez, se veía que tenía los frijoles muy cerca de la lumbre.

-¡Buenos días, señorita! -respetuosamente espetó el filósofo.

-Buenos días, señor -respondió la recepcionista de mala gana, al mismo tiempo que tomaba una pluma para anotar en su cuaderno.

-¿Me puede decir su nombre y para qué viene a ver al doctor?

-Soy el Filósofo de Güémez, y tengo un problema con mi pene -respondió en voz alta y lleno de ingenuidad provinciana el viejo campesino.

Las personas que hacían antesala en el consultorio, se rieron; la recepcionista, molesta aún más, le dijo:

-Oiga, usted no debería decir cosas como ésas en voz alta delante de la gente.

-¿No?, pos como usted me preguntó qué me pasaba, yo simplemente se lo dije.

La mujer ruborizada, volvió a decir: -Podría usted ser un poco más educado y decirme, por ejemplo, que trae irritado el oído y ya en privado, en el consultorio, comentar su problema con el doctor.

-Pues creo que usted no debería hacer preguntas delante de extraños, si la respuesta puede ofender... -dijo el filósofo mientras se dirigía a la salida del consultorio, para inmediatamente volver a entrar.

-¡Buenos días, señorita! -saludó el viejo campesino.

Satisfecha en lo más íntimo de su ser, la recepcionista sonrió irónicamente, al mismo tiempo que le respondía: -Buenos días, ¿sí?

-Vengo a que me dé una consulta con el doctor... ¡tengo problemas con mi oído!

La recepcionista, satisfecha de que había logrado educar al campesino de "allá mesmo", luego de asentir con la cabeza, sonrió y volvió a preguntar:

-¿Y... qué le pasa a su oído, señor?

-Fíjese que arde un ingo al mear!

Leer más de Nacional

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nacional

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 645256

elsiglo.mx