El misterio de Judas
En estos días de recordar la pasión y muerte de Cristo, no podemos olvidar la figura del personaje que sigue vivo en las actividades de los seres humanos, en las reuniones de amigos, en las reuniones de los que deben decidir el destino del país al que se deben, nunca falta ese personaje que se llama el traidor.
Dos únicos seres en el mundo han sabido el secreto de Judas Cristo y el Traidor.
Sesenta generaciones han fantaseado acerca de ello; pero el hombre de Carioth, aunque ha dejado en la tierra nubes de discípulos, sigue permaneciendo tenazmente indescifrado. Comprendemos sin esfuerzo la demoniabilidad de los Herodes, el rencor de los Fariseos, la cólera vengativa de Anás y de Caifás, la cobarde debilidad de Pilato. Pero no comprendemos con igual evidencia la abominación de Judas. Los cuatro evangelistas nos dicen poco de él y de las razones que le persuadieron a vender a su Rey.
Los treinta dineros son una suma muy pequeña, especialmente para un hombre al que la riqueza le atraía. En moneda de hoy no llegan a cien pesos, y auque su valor efectivo, o, como dicen los economistas, su poder de adquisisión fuese en aquel tiempo diez veces mayor, no nos parece que cien pesos sea precio suficiente para inducir a un hombre, que sus compañeros nos describen como avaro, a cometer la más repugnante perfidia que recuerda la historia. Se ha dicho que treinta dineros eran el precio de un esclavo. Pero el texto del Éxodo dice, por el contrario, que treinta siclos eran la indemnización que tenía que pagar el amo de un buey que hubiera coceado a un esclavo o a una esclava.
El indicio más tremendo en favor de la tradición que atribuye a avaricia el crimen de Judas, es el oficio que éste se había reservado entre los Doce. Entre ellos había un antiguo recaudador, Mateo, al cual casi por derecho hubiera correspondido la guarda de los pocos dineros necesarios a la comunidad para sus gastos. En lugar de Mateo vemos, como depositario de las ofrendas, al hombre de Carioth. El simple manejo de las monedas, aunque sean de oro, suele contagiar; y el Evangelista San Juan terminantemente dice que Judas era “ladrón”, y añade: “ Como tenía la bolsa, se llevaba lo que en ella le echaban.”
Hasta los últimos días, hasta la última noche, Jesús no trata a Judas de diferente manera que a los demás. A él también, como a los otros once, da su cuerpo bajo la especie de pan y su sangre bajo la especie de vino. También los pies de Judas -aquellos pies que le habían llevado a casa de Caifás- son lavados y enjugados por aquellas manos que iban a ser clavadas, con la complicidad de Judas, al día siguiente.
El testimonio mismo del traicionado aumenta nuestra perplejidad en vez de descorrer el velo del aterrador secreto. Sabe que Judas es un ladrón y le confía la bolsa; sabe que Judas es perverso, y le confía un tesoro de verdades infinitamente más precioso que todas las monedas del universo; sabe que Judas ha de traicionarlo, y le hace partícipe de su Cuerpo y de su Sangre en la última cena; ve a Judas guiando a los que le ofenden, y le llama una vez más, como antes, como siempre, con el santo nombre de amistad. -Amigo, ¿que vienes a hacer?. El misterio de Judas está atado con doble nudo al misterio de la Redención, y seguirá siendo para nosotros, tan pequeños, un misterio. Reflexiones necesarias en ésta semana mayor.
habitante lagunero.
Juan Bautista Andrade Ramírez,