Juan Pablo Segundo
Como todos sabemos, el pasado día 1 de mayo fue beatificado el Papa Juan Pablo Segundo. Más allá de ser el guía espiritual de los católicos, fue él un hombre extraordinario.
Su visita a 147 países en sus 104 viajes por el mundo; sus diálogos con más de setecientos jefes de Estado; sus claras ideas, dichas y escritas con lenguaje que todos comprendíamos, la solidez de sus convicciones, la paz que irradiaba su sola presencia y su gran poder de convocatoria, hicieron de él, sin duda, el hombre más influyente en la humanidad en los últimos siglos.
Más que Ghandi, que Martin Luther King, que Mandela, que Lech Walessa, que Gorbachov, que el Dalai Lamma, incluso que la madre Teresa, todos ellos grandes líderes y seres humanos, Juan Pablo II, marcó con su vida a la humanidad entera. En él se realizó, de una manera perfecta, la síntesis de los tres Papas que le antecedieron y de quienes tomó su nombre: Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I: tenía la sencillez del primero, la sabiduría del segundo, y la bondad del tercero. Pero, además, tenía su propia firmeza y sin vacilaciones nos llamó a todos insistentemente a hacer del amor el motor que dinamizara el cambio social anhelado para que en el mundo reinara ya la justicia y la paz.
Pero los hombres somos necios e hicimos oídos sordos a sus palabras. Benedicto XVI lo vuelve a poner en el centro de la atención, bueno sería que repasáramos sus principales escritos y sus discursos, al menos los que pronunció en sus cinco visitas a nuestro país; católicos o no, encontraremos ahí las palabras de un hombre sabio y de un humanista único preocupado por el bien del ser humano y de todos los seres humanos en especial de los más necesitados, con independencia de su religión y sus condiciones de raza, sexo, etc.
Cada vez es más claro que Juan Pablo Segundo tenía razón cuando afirmaba que el verdadero opio que aliena y menoscaba la dignidad del hombre es el materialismo exacerbado que lo lleva al caos y a la destrucción, y que no hay que tener miedo de buscar en la fe, (cualquiera que ésta sea, mientras sea honestamente vivida), el enriquecimiento del espíritu, para dejar de lado nuestros egoísmos y nuestra falta de solidaridad.
Los prejuicios que muchos conservan contra las religiones, en especial, contra la católica, por los errores cometidos en el pasado, deben ser ya superados y aprovechar de ella la experiencia de humanismo acumulada a lo largo de sus veinte siglos de historia expresada en especial en la llamada “Doctrina Social Cristiana”, (DSC) de la que Juan Pablo II fue un gran defensor, difusor y enriquecedor. En su momento, los principios de esta DSC fueron la fuente de los derechos humanos, hoy reconocidos por todos los países e incluso de la gestación de la ONU.
Gómez Palacio, Durango.
Rodolfo Campuzano Suárez del Real,