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Preguntas claves

Parece irse consolidando el consenso de que la estrategia del Presidente Calderón para combatir la delincuencia organizada no es la mejor, que hace falta replantearse otra más eficaz y menos peligrosa para la población civil. Tienen razón los que dicen, parafraseando a Jesús en el sermón de la montaña: “No respondan al mal con mal”. Es lógico: responder con violencia a la violencia es generar una espiral de violencia de imprevisibles consecuencias.

Por otro lado, empiezan a surgir en diversos foros las preguntas clave que, ojala, nos lleven a respuestas ciertas ¿Cuándo surgió todo esto? ¿Cuándo empezó esta crisis? ¿Cuándo y donde perdimos la dignidad? ¿Cuándo y donde perdimos la responsabilidad civil gobernantes y gobernados? ¿Cuándo y donde perdimos los valores de la familia, la solidaridad, la honestidad?.

Es evidente que la génesis de un problema social de la naturaleza que estamos padeciendo tiene que haber sido lenta pero creciente y pasar casi inadvertida al principio hasta desembocar en esta crisis de valores, en este quebranto del tejido social, en este divorcio entre gobernantes y gobernados.

Algunos querrán politizar las respuestas y aducir que todo es culpa de un partido que, nuevo en el poder, no ha sabido gobernar. Otros dirán que fue culpa del partido que gobernó durante setenta años. Otros más que ha sido la apatía ciudadana, que solo reclama derechos, pero que no ha sabido cumplir con sus obligaciones; otros que ha sido la gradual pero creciente desintegración de las familias, que es donde se adquieren las bases de una conducta social apropiada, y otros que han sido las severas fallas en el sistema educativo por culpa de un sindicalismo perverso. En fin, las respuestas pueden ser múltiples y a lo mejor todas son ciertas.

Llegar a un diagnóstico etiológico no es asunto menor, pues solo sabiendo el origen de la patología se puede aplicar una terapéutica eficaz y no solo usar paliativos, que disminuyan los síntomas pero que no curan la enfermedad.

Lo importante no es ya dejar de hacer culpables a los otros manteniéndonos al margen del problema; es necesario que nos preguntarnos cada uno de nosotros ¿No seré yo, acaso, también culpable, de que todo eso haya sucedido al haber fallado como patrón, como trabajador, como ciudadano, como padre de familia, como maestro, etc.? Aunque sea una sola vez, seamos honestos en nuestra respuesta, y luego hagámonos otra pregunta ¿Qué puedo hacer para cambiar las cosas?

Yo me declaro culpable y estoy dispuesto, desde ahora, a pensar más en mis obligaciones que en mis derechos. Cuando haya cumplido cabalmente con estas, me sentiré con autoridad moral para reclamar aquellos y cuestionar a los otros. “El que se sienta libre de culpa que tire la primera piedra”. ¿Tú que piensas?

Gómez Palacio, Durango.

Dr. Rodolfo Campuzano Suárez del Real,

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